jvnavarro
DIARIO DE VERANO LXXVI (UNA BUENA PAELLA)
Los lunes son todos iguales.
Es bueno en este día
guardar las apariencias
si es que se puede
y comer menos de lo debido
para así el martes
con ese desespero
propio de un tigre
dar un bocado grande
al queso de tetilla
y a la cecina
ahora ya condimentada,
por los cocineros
de la Nouvelle cuisine,
hasta con chocolate.
Y es que se me abre la boca,
ayer de postre me comí
una tajada de sandia
que todavía recuerdo
por aquello de que me mató el hambre,
tanto que aquí me encuentro,
ya las once de la noche,
en la cama metido
con el aire acondicionado a tope
resolviendo el tema del calor
que hace
que los cuerpos ardan entre sudores.
Y es que ya no somos nada,
tan poco somos
que las horas nos pesan el doble
y si comemos,
cosa que hacemos
por aquello de ser coherentes,
con todo lo que al ser humano
le envuelve,
una paella
servirá de eso que se llama
una apuesta fuerte,
pues es un plato especial
al que no le puede faltar
nada de aquello que la hace
tan famosa como la Torre Eiffel
o como los espaguetis,
algo parecido a una especie estrella
de esas de Hollywood
que en todos los rodajes la quieren.
Si de ella la paella se come
ya se sabe,
se usa como plato
la propia sartén/ paellera,
si se puede,
hasta que se rasca con la cuchara el culo
y sale,
ese arroz socarrado
que es la delicia de las gentes,
que hablan de la paella
tal si fuera de ellos la novia de siempre.