En tiempos de antaño, Pablo el apóstol,
con fervor y amor, a los suyos exhortó.
Con hechos y palabras, su fe demostró,
y en la carestía, su bondad brilló.
Llevó sustento a los fieles en necesidad,
y con sus acciones, mostró su humildad.
Aunque su labor era la de predicar,
a los pobres siempre buscó consolar.
Enseñó que el amor se muestra en el dar,
y que en la ayuda, podemos confiar.
Que Jehová proveerá, no hay que dudar,
y en su providencia, podemos descansar.
Hoy seguimos su ejemplo, con devoción,
usando nuestras manos en la construcción
de un mundo de amor, sin discriminación,
donde la fe se mide por la acción.
Con tiempo, energía y habilidad,
apoyamos a otros en su adversidad.
Nuestras donaciones, sin vanidad,
son para la obra, no para la sociedad.
Así, fortalecemos la fraternidad,
y en Jehová confiamos con sinceridad.
Porque en el amor y la solidaridad,
encontramos la verdadera libertad.
Que nunca falte la generosidad,
ni la voluntad de ayudar con calidad.
Que seamos luz en la oscuridad,
y en el amor, encontremos la verdad.
Pablo nos enseñó, con su integridad,
que servir a otros es la mayor dignidad.
Y en cada acto de bondad,
reflejamos la divina majestad.
Sigamos su camino con tenacidad,
y en cada buena obra, pongamos claridad.
Que nuestra fe no sea solo oralidad,
sino hechos que demuestren la fraternidad.
Que la historia de Pablo, de gran moralidad,
inspire nuestras vidas en la actualidad.
Y que, como él, con amor y lealtad,
sirvamos a todos, con equidad.
Porque en el servicio, encontramos identidad,
y en el amor al prójimo, la verdadera felicidad.
Que nuestras obras sean de calidad,
y reflejen la luz de la divinidad.
Que así como Pablo, con sinceridad,
ayudemos a otros con simplicidad.
Y que nuestras vidas sean testimonio y verdad,
de un amor que trasciende la temporalidad.