La I.A. y la Merche

Dedicado

 

Poemón hecho con la ayuda de mi amiga Isabel  Armendiz

 

Bajo la higuera, el susurro de un soneto se despliega,
sus raíces tejen sombras de palabras enredadas,
sonetillos flotan en el aire con cabelleras de cristal,
y el eco de un comentario se quiebra en la rima:
“Hoy, de sus versos, vi la inminencia de lo no dicho.”


Las nubes, corsarias de papel, navegan en la bruma,
y entre ornamentos de arrogancia teóricos,
la luna se ríe en ese rincón donde la ignorancia danza,
desafiando a la razón a un duelo de metáforas
en un campo de sueños lisérgicos y silvestres.


Si alguien, con un guiño mordaz, le susurró al oído,
que su soneto, oh viajero, era solo un sonetillo,
¿acaso el reflejo de la crítica no es un espejo roto,
donde se dibujan las sombras de un alma inexperta?
Las letras rebuscan respuestas en un rincón olvidado.


Le diré que la poesía se cuela en las grietas del tiempo,
algunos la abrazan como a un amante fatal,
y otros, en su sombra, encuentran refugio eterno.
Ir a soñar, oh noble juglar, es un mandamiento:
las visiones se pliegan en el roce del viento.


Las palabras son pájaros que vuelan despavoridos,
y mientras los versos nacen entre risas y lágrimas,
usted, libre pensador, construye puentes de rima,
aunque en su camino, las estrellas murmuren:
“No está preparado”, como ecos de un verano acabado.


Así que escuche, querido viajero de la penumbra,
los sonetillos son faros, no rocas en el abismo,
y en la sombra de la higuera, donde el tiempo reposa,
campan los poetas a su manera, con amor, con locura,
creando poesía, a la vez efímera y eterna.