Sus colores, como notas en un arco
sobre el lienzo, un violín que canta.
Un cielo verde-azul que se embarca
en el vuelo de un pájaro que encanta.
El violín suspira, un lamento suave
de un pueblo judío que se va
con el sonido de un acorde que se apaga
y el eco de un violín que ya no más.
El amor, un puente de colores vivos
en el que dos almas se encuentran
un violín que vibra, que se adivina
en el azul del cielo, que se diluye.
En el baile de los sueños, que se elevan
un violín que danza, que se mece
un violín que habla, que se revela
en el corazón de un hombre que decrece.
Tus colores, como notas en un arco
sobre el lienzo, un violín que canta
un violín que llora, que se lamenta
un violín que ama, que se levanta.
Con el silencio de la noche, que se posa
un violín que duerme, que se acuesta
un violín que sueña, que se despierta
en el corazón de un hombre que se queda.
Ay! quien fuera Chagall para pintar en un cuadro, tanta tristeza al fondo del piano!
( Pintura de Chagall en la foto)
El éxodo judío, una travesía marcada por la persecución y el anhelo de libertad, resonó en la memoria colectiva del pueblo judío a lo largo de los siglos. En este contexto, el canto de un triste violín emerge como un símbolo poderoso de la añoranza y el sufrimiento. A través de sus notas melancólicas, el violín narra historias de despojo y esperanza, reflejando el dolor de quienes fueron forzados a abandonar su hogar, pero también la fortaleza y la búsqueda de un futuro mejor. El violín se convierte en un eco de la historia, un lamento que trasciende el tiempo y recuerda la importancia de la memoria y la identidad en la diáspora.