Bajo luces de neón, un espantapájaros me saluda con entusiasmo.
Desamparado, él también, con sueños rotos.
A la distancia, un grillo anciano me da la bienvenida
a un páramo solitario, envuelto en una bruma gris.
Busco saciar un deseo extinto, un vacío que me consume.
Un puente inhóspito se alza ante mí,
prometiendo un paraíso de hierbas mágicas.
Un corazón herido y abrasado por la desesperanza
busca calma en la verde esperanza.
Un éxtasis de locura me arrastra.
Sonrío a un párroco, una dulce mentira en mis labios.
Él predica la palabra del misterio y lo desconocido,
pero su voz se pierde en el viento.
Una flor marchita se aferra a la vida,
un anciano con un corazón que aún late con mil primaveras.
Su cuerpo se doblega bajo el peso de los años,
pero reza sin miedo por su eterna condena.
Me encuentro con una amante de la noche,
su necesidad me estremece.
Sus lágrimas se secan en billetes sucios e indignos.
Suspira con miedo, el dolor en sus ojos de luna llena.
La lluvia cae sobre su alma afligida,
y en la vergüenza de sus pechos,
sus latidos se aceleran con la llegada de un nuevo fantasma.
En un yermo antiguo, olvido mis penas.
Un lirio esmeralda me ofrece un instante de deleite.
Me retuerzo de remordimientos,
por angustias feroces que quedaron en el espejismo de una muerte sin fin.