Lastima más el frío, erosionando el latido,
cuando subyuga en un beso atronador.
El sextante actúa como una manía hacia el vacío,
solitario e imberbe ante el silencio penitente,
en un amargo y perenne huso de casualidades.
Y esos cálices parricidas, aromados de episodios,
son puntos geométricos calzando el espacio
de todo lo posible.
Luego, Vallejo deshoja constelaciones sobre
el ornamento de la noche, mientras el ladrido
del destino apunta a la posteridad de la poesía.
Los faroles de Paz, expirando entre el horizonte
de su existencia y los errores de la tristeza,
¡Ay, y ya no mece la espera en la plenitud
del pergamino!
Solo el rostro del mundo, hermoso en remembranza,
viste mis vestuarios de nueva vida, su dactilar y maleable
bazar de su inocencia en hambre dulce.
¿Cómo podría vivirse en un irracional regazo,
sobreviviendo ciertos arañazos que un lamido
de resplandor votivo otorgó?