- ¿Me dirás por qué, abuelita,
son tan blancos tus cabellos?
- Hijo, es la nieve que anuncia
de mi vida el triste invierno.
- ¿Y por qué, abuelita, tu cara
tan llena de arrugas veo?
- Fue el pesar quien trazó
de mi rostro esos senderos.
- Aún dime más, abuelita;
¿y qué es lo que hace
que tiemblen así tus miembros?
- Es un viento, hijo mío,
que baja de allá…, del cielo.
- ¿Y por qué tienes los ojos
ceñidos de un manto negro?
- Es porque he llorado mucho
y apenada el alma tengo.
- ¿Y para qué, dime, tu frente
llevas inclinada hacia el suelo?
- Para ver mejor la tierra
que ha de blanquear mis huesos.
- Abuelita, ¿Y qué murmuras
siempre que me acerco?
- Que si yo fuera el lobo
ahora mismo te daría un beso.