Siempre he vivido en el filo de la pregunta
insatisfecho de toda contestación,
naciendo en la repetida sed de cada día:
en la incontestable agonía de la duda,
en la muerte perenne de la verdad;
liberado de Dios y de toda conclusión.
Heme aquí, postrado en el hosco abatimiento
de mi voluntario destierro,
donde el pesimismo se hastía de mí
y salta desde el borde del despeñadero
hacia un vacío esperanzador
para regresar a la vitalidad,
al dulce encanto de la vida.
Confinado al premeditado trazo
de un titiritero sin rostro
que me articula en las sombras;
en el errante andar de un vagabundo
y desde la promisoria mañana
hasta la noche intempestiva,
caminando en círculos y sin reposo
sin dogmas
sin escuelas;
en la íntima soledad del ‘yo’
en oposición a todo;
en la invisibilidad de la palabra gestada
y en el espíritu labrador del pensamiento.
¡Ah, qué espléndido color de aurora en mi rostro!
¡Oh, esta extrañeza de vespertino arrebol!
Este deseo de regresar al llegar,
de quererme ir
de no querer partir
este sí y este no
esta enérgica desgana de cansada diligencia.
¡Qué fatigado descanso!
La queja reiterativa que castiga al sosiego,
silenciosa quietud que susurra la desventura.
¿Qué camino debo atravesar
para llegar a la primigenia alborada,
al principio motriz que todo crea y que todo destruye?
Managua, 21 de junio de 2024.