Tarde oscura, lluvia intensa,
amena conversación,
la chimenea encendida,
de fondo… aquella canción.
Una botella de vino,
muchos temas que abordar,
miradas que dicen mucho
hablándose sin hablar.
Fueron pasando las horas,
ya las palabras dormían
y nuestros cuerpos despiertos
sin tocarse se sentían.
Como el sol cubre los campos,
tu boca cubrió mi boca;
me estremecí como el río
cuando en el mar desemboca.
Dulce humedad de tu lengua
va descubriendo mi cuello,
mientras tus manos ansiosas
se aferran a mi cabello.
La lluvia intensa y curiosa,
era cómplice de aquello.
Seguiste por el sendero
que conduce hasta mi pecho
y en una danza sensual
llegamos hasta tu lecho.
Mis dos claveles floridos
se fundieron con tus dedos,
y se escuchó un dulce canto
entre gemidos muy quedos.
Yo te arranqué la camisa,
tú me quitaste la falda,
tus manos en mi cintura
y mis uñas en tu espalda.
Recorriste todo el mapa
que lleva hacia mis caderas,
y te envolvieron mis piernas
como dos enredaderas.
En medio de un remolino
fuimos relámpago y trueno;
océano de pasiones
entre púdico y obsceno.
Entonces cesó la lluvia
y fue testigo sereno.