LA ROSA Y EL CACTUS
Lucias, como una reluciente y maravillosa
rosa roja, en el escaparate de una floristería,
era imposible apartar los ojos de ti.
Te diste cuenta, me miraste con una sonrisa
picaresca y sensual, que se me clavó directa
en el alma, muy directamente, como una flecha.
Fue la primera de las alegrías que me diste,
la primera perversa prueba de afecto y amor…
de lo que fue nuestra inconsciente relación.
Yo estaba casado, me sentía feliz con mi mujer;
aunque no había ninguna posible comparación
entre ella y tú, entre la hermosa y atrayente
rosa roja que tú eras, y el cactus verde y con
espinas que es como podría catalogarla a ella,
Mea culpa, me equivoqué terriblemente,
la rosa que tú eras se mustió al poco,
se secó con el tiempo, no sin antes…
haberme amargado la vida, haberme sacado
mi dinero, y haberme hecho perder mi sonrisa
sincera y original, que tan contenta tenía al cactus
de mi mujer, ella no presumía de ser una
bonita flor como tú, aunque, hasta entonces
ya me había obsequiado con la más atrayente
flor de la que un hombre puede presumir,
la más maravillosa flor que puede haber, una hija.
Has destrozado mi vida, los hombres, nos sentimos
atraídos más por la belleza exterior de una mujer,
que por los grandes valores ocultos y sin brillo,
de otras mujeres menos atrayentes físicamente.
Mi mujer se alegra por mis triunfos, y llora
junto a mí, en mis tristes y difíciles momentos,
y me ha perdonado mis debilidades y errores.
Por todo ello, le voy a estar muy agradecido
durante todo el tiempo que me quede de vida.