Y ví, esa otra nación,
donde no habían banderas, ni fronteras,
no era una utopía o una fantasía,
era la América mía, que entre llantos escondía,
a un pueblo inédito,
en el que de noche y de día,
en armonía convivían.
Ni sacrificios politeístas,
ni inquisiciones medievalistas,
ni rituales anarquistas, ni castas totalitaristas,
ni arraigados en lo sublevado,
ni nacidos de lo anoblezado.
¿Cómo podría explicarse ese país desde mi cosmovisión,
plagada de una heredada, adherida e inherente
formación que pulula en mi interior,
y en el de todo un familión,
al cual quinientos años no le es suficiente
para poder desarrollar un \"modelo idealista e idealizado\"
en el que el idealismo, compite con las ideas del ideal?.
Me fue imposible encontrar El Ministerio de Migración y Extranjería,
ahí no existían las instituciones,
no era ficción o robotizado,
ni bohemio, ni politizado, ni romantizado,
mucho menos enclaustrado o ermitañizado,
simplemente meso universal.
Ahí, donde viajaba,
era a lo profundo de mi corazón,
donde no alcanzando en kilómetros determinados,
subyugados por los postulados,
se extiende el ser, hasta donde los imperios no han dominado,
la libertad y el alma,
es lo único que a América no se le ha expropiado,
aunque parezca que está todo ya confiscado.
Los sueños de antaño,
encarnados en diferentes personajes,
que mas que predestinados, son examinados,
dando de sí lo sublime o lo hittleriano.
Me confieso eternamente exiliado,
procesado,
bailando flamenco y bailando mambo,
entre sabores que solo se modifican con el sazón de la patria.
No Soy Bolívar, Baldivieso o Morazán,
solamente un latino,
que en sus entrañas esta el hogar,
ese que se extraña al ir construyendo uno en cada lugar.