Miguel Ángel Miguélez

Al rosar el alba

 

 

 

 

 

 

 

Seguiré por las sendas del recuerdo

hasta tenerte aquí a mi lado, Aurora,

nunca te fuiste de mi seno izquierdo

 

y, desde allí, mi ser te rememora.

Del tiempo que cavabas en el huerto

con el afán del fruto; ese que ahora,

 

en la calmada noche, está despierto

en espera de un sueño que no llega

en un mundo que aún no ha descubierto.

 

Oigo tu voz, lejana y gris, labriega,

cantarina como agua por el caño

que, limpia y transparente, me sosiega

 

al hablar del paisaje aquel de antaño,

dando la mula vueltas a la noria

mientras que, trashumante, va el rebaño.

 

Noches de estío y riego en la memoria,

trigo y trillo que esperan tras de la era,

sudor hasta el invierno, y a otra historia.

 

Matanza, hielo, nieve... ¿y primavera?

El frío, que se mete hasta los huesos

y esperando, cada año, una quimera.

 

Anuncian ya las nubes blandos besos

que en flor de lozanía, ayer discreta,

arrastra el corazón en embelesos.

 

Las quilmas que no van en la carreta

las podremos vender al estraperlo

-según soplen los vientos la veleta...

 

El camino hay que andarlo y recorrerlo

teniendo siempre al yugo un par de bueyes

que no se paren al cantar del merlo.

 

Al rosar el alba vendrán los reyes

del cielo hasta la fragua a saludarte,

y te dirán que libres son sus leyes,

 

que el aire es quien les guía en toda parte,

que es Dios quien los vistió con tanto esmero

y, si a ellos ama, cómo no va a amarte.

 

Mira en el río, crece allí el salguero,

cómo nutre de vida a sus raíces

de igual forma en agosto que en enero.

 

Brotan siempre retoños tan felices

de ver la luz y estar a buen cobijo

sobre un suelo repleto de lombrices...

 

El agua está más fresca en un botijo

a la sombra que en otro recipiente.

El barro moldea al padre y al hijo

 

así como hace al amo y su sirviente.

Iguales somos todos en la cuna

e iguales vamos todos a la fuente.

 

No importa en este mundo la fortuna;

intenta ser feliz en tu pobreza,

ríele al sol y cántale a la luna

 

y hallarás, a tu modo, una riqueza.

Disfruta con esas pequeñas cosas

que otorgan a la vida su belleza:

 

El aroma del pan y de las rosas.

La blanca floración de los frutales.

Las prímulas, vistiéndose virtuosas.

 

El musgo que corona los tapiales

del huerto y su pozo donde, a la noche,

estrellas y luceros celestiales

reflejan poesía con derroche.