Son hienas que ríen frente a la desgracia,
devoran la carne de quien yace roto,
se llenan la boca con falsa elegancia,
pero apestan a muerte, a mentira, a lodo.
Construyen castillos de polvo y ceniza,
sus tronos son púlpitos de vanidad,
sus almas podridas, vacías de prisa,
se ahogan en mares de falsa bondad.
Hablan de justicia con manos manchadas,
de paz en un mundo que ellos destrozan,
se esconden detrás de verdades prestadas,
pero la miseria en su piel se rebosa.
Cada palabra es veneno encubierto,
promesas que nacen ya muertas de boca,
y el odio que siembran, lo ven como acierto,
¿en qué se convirtieron? Basura que toca.
No son más que sombras fingiendo ser algo,
gritan libertad mientras alzan cadenas,
pero sus vidas no valen un trago,
pues venden su alma por simples migajas ajenas.
Y al final del día, ¿Qué queda de ellos?
Un eco perdido, un ruido banal,
son parásitos, ruinas de sus propios sueños,
ceniza que el viento dispersa al final.