Le abrí la puerta a la soledad
desde mi cama,
la dejé entrar sin pensarlo dos veces,
como si fuera una vieja amiga
que nunca se fue del todo.
Le hice el amor,
no por placer,
sino porque no había nada mejor que hacer.
La dejé llevarse pedazos de mí,
dijo que le gustaban los rompecabezas,
y yo no tenía ganas de discutir.
La pintura se fue cayendo,
gota a gota,
igual que la música que sonaba de fondo,
una última nota de piano
que se pierde en el aire
y nadie se molesta en escuchar.
Y aquí estoy,
guardando estrellas en el bolsillo,
por si acaso a la soledad
le da por volver
y encuentra algo que todavía valga la pena llevarse.