El fuego no tiene sombra
Pero atrae penumbras
Sobre Valparaíso, abrasada la consciencia
Ya no caen aves electrocutadas
Solo corazones incendiarios.
El fuego corroe la memoria
Pretende la purga pero inflama la rabia
Sin luz, arrancan los tejidos,
Arrancan sus casas y sus espacios
supuran la ardiente melancolía
de un territorio indómito,
marcado por la disolución.
Perdido el ensueño y el arraigo
Caen ebrios en su proclama
Los agitadores y los esbirros
Perros de una leva poderosa
Se pierden en la bruma invencible
Vuelven a la Cueva, donde el Chivato reposa
Milenario en su relato,
Salvaguarda del acabóse.
El puerto reconoce su fuego
Sus cerros le gritan a sus árboles
Y sus árboles a los extraviados
Porque, transeúntes, volverán del olvido
Su patria será restaurada
En la medida que recobre
El ritmo de la inmanencia.
Cenizas del tiempo harán de los caídos
Una palabra tenue, vibrante
Ante la sordera del dogma
Y todos los incendios volverán
A su origen, tal cual el suelo
Que brotó infundado.