Cada cierto tiempo hay sacrificios que tienen lugar
para que no desaparezca la esperanza:
los amigos perdidos,
los enemigos presentes,
la distancia,
la soledad,
el amor y,
hasta la muerte (por mencionar algunos).
¿Quién debe anticipar sus penas
en las postrimerías de estas horas
para que otro viva?
¿Quién atravesará la inclinada colina
donde dicen que renace la esperanza,
observar desde lejos el lugar que no podremos pisar?
¿Acaso estamos castigados
por un secreto que ignoramos
y cargamos como la cruz del Cristo
en nuestra génesis?
Qué calamidad la del hombre que todo siente.
¡Qué talento echado a florecer!
Oh, Moisés errante ante la tierra prometida.
Oh, desterrados del mundo,
de la memoria y de la sangre,
hombres nacidos del castigo
para continuar castigados:
pasen y miren lo que sus manos no pueden tomar,
lo que no puede ser poseído,
aquello que la mente ha dicho erróneamente
que nos pertenece
pero que,
llagada cierta edad,
es resignación.
¡Que pase Ulises frente a los peñascos
de su añorada Ítaca!,
donde le aguarda su viejo perro
y su fiel esposa,
pero que no se detenga
y que siga su viaje
para que no desaparezca la esperanza
entre nosotros los mortales.
¡Oh, castigo mezquino
que premias con la infelicidad del mundo!
¿Cuándo te irás a dormir
a tu injusta divinidad?
Managua, 26 de julio de 2024.