Destino, sumo piadoso
árbitro y hado de mi vida,
estos lamentos míos graves,
lágrimas suaves y dolientes,
de aire articulado, son voces
de sangre, y sangre del alma.
Cuando hacia atrás andado miro
mi camino, ningún camino
trazado previamente existe,
son huellas de mi vida errante,
en una tabla poco fuerte
de la bebida agonía, que
quiso ser en aquel extremo
ella el forzado y su guadaña
el remo, barco de la muerte.
Moderando los extremos de
fausto y miseria, de mi breve
islote lo más agradable
que se determina, ocupa
su fortuna y mi humilde albergue.
Tampoco vida cortesana
dominada por la lujuria,
en fingida gruta de jardín
oculto, quisiera en mi vida,
lluvia improvisa de cristales
inciertos, de aparente seña.