Lourdes Aguilar

LA MUJER DE ARENA I

Lo recuerdo con el mismo dolor de ayer, lo recuerdo con la misma pasión de esas noches frías por fuera donde titilaban las estrellas pero con el fuego interior que me consumía al tocarte, princesa del desierto; recuerdo el camión partir dejando atrás las arenas doradas y las casitas blancas haciéndose cada vez más pequeñas, ahí fue donde empecé a vivir realmente, a hallarle sentido a mi vida, a creer ya a enamorarme de lo increíble, me acompañarás en mis noches, quimera de mis sueños, aunque el Creador disponga otro destino para mí, se que mi último aliento será el beso con que me recibirás en tu mundo, hermosa Mechabili, mi juventud eterna, arenas fue lo primero que vieron mis ojos y en ti lo último que querrán ver.
   Todavía me veo echando pestes al bajar del autobús, echando pestes por el calor y el polvo del camino, \"pinches vacaciones en un pueblo jodido -pensaba- lo que uno tiene que hacer por la tía enferma que tuvo la caridad del recoger al huérfano y criarlo con la otra media docena de hijos\"; todavía puedo verla con el cinturón en la mano, resoplando como tren detrás del mocoso más lento a causa de las continuas travesuras de la pandilla que formábamos, siete cabezas piensan mejor que una y así lo demostrábamos en el pueblo, cuando los vecinos nos veían salir rápidamente a escondernos ya fuera en casas vecinas, a trepar en algún árbol, a confundirnos con las cabras en los corrales, todos sabían que algún globo con agua había caído en el delicioso guisado de doña Esther, que algún rapazuelo había cometido el sacrilegio de colgarse de la preciada cortina tejida para evitar estampar su ingeniosa cabeza contra la pared, que algún otro había dado rienda suelta a sus instintos de artista e improvisó sus creaciones en el piso recién trapeado, u otro estaba haciendo experimentos químicos en el lavadero causando la despigmentación de la ropa con cloro o bien manchó la ropa recién tendida con sus mezclas. En cuanto a la escuela, las visitas a la dirección de los hermanos Juárez García eran comunes y los castigos menos drásticos que los de mi tía, así aprendimos a ser astutos para evitar ser sancionados o si ya no había escapatoria desarrollar un sentido del sarcasmo que nos reconfortaba, por lo tanto puedo afirmar que mi infancia y adolescencia fue plena, llena de alegría, condimentada por dolor pero intensa y unida, pues luego del día, de los regaños, cuerazos y expresiones altisonantes de la tía u otro adulto afectado, en la noche todo se reposaba, se platicaba, se aconsejaba y se recordaba, eran momentos en los que a nosotros, niños se nos hacía sentir escuchados, comprendidos, apreciados y muy amados, se cantaba al desierto, a los mezquites, a las aves nocturnas y al agua, sobre todo al agua, pues eso es en un desierto, lo más valioso y como tal hay que llamarla para que ella nos responda cuando se trata de hallarla entre la aridez, eso decían los ancianos.
    Dejé mi hogar para seguir mis estudios en la capital, y aunque no fui una lumbrera sí conseguí un título que me permitió llevar una  vida decorosa, aunque en realidad añoraba la tranquilidad de provincia, la capital desde el inicio me pareció una jaula de roedores que debido a la aglomeración se atacaban unos a otros, eso me atemorizó, varias veces me traicionaron y eso me  volvió desconfiado e insensible pues entre tanto fuereño cada quien \"debía rascarse con sus propias uñas\" y si bien no niego que hay gente con gran calidad humana mi experiencia al mezclarme en ese torrente humano no fue muy agradable.
    Ver de nuevo a mis primos (los dos que quedaban en el pueblo al menos) fue gratificante, ver a mi tía postrada me hizo darme cuenta lo mucho que había demorado en regresar, el pueblo había cambiado, había más servicios, más vehículos, casas abandonadas, casas nuevas, menos pobladores, muchos se habían ido o regresaban por temporadas, no se veía niños jugar en las calles ni jovencitas en la puerta de sus casas, se hablaba de gente encapuchada que a veces cruzaba disparando por diversión, gritando palabrotas, mis primos Arturo y Mirta me fueron actualizando, ellos tenía una pequeña granja de pollos con la que se sostenían y se turnaban para atender a mi tía, conmigo ya seríamos tres. En los primeros días me pusieron al tanto de las intrigas, desengaño, ascensos y descensos en la familia, platicábamos de trivialidades y aunque sinceros percibía en ellos rastros de nostalgia, las reuniones nocturnas que tanto disfrutábamos, la convivencia con los vecinos eran recuerdos del pasado, mis recorridos casi siempre en solitario por los rincones donde fui tan feliz estaban ahora cargados de incertidumbre, hasta el desierto parecía más desierto y hostil, algunas casas que yo recordaba bulliciosas y adornadas de flores ahora sólo eran cascarones a punto de colapsar, parques silenciosos, el progreso trajo luz, pero el agua seguía escaseando y en los autos y autobuses se fueron mudando no solo las personas sino también los espíritus, los humores, la alegría y la fraternidad dejando a los más viejos sin nada que compartir, nada con que atestiguar sus consejas, viejos como mi abuelo, el único capaz de controlar a la horda de chimpancés que atormentaba a mi tía con sus travesuras, clavándolos de pura expectación en un lugar fijo para escuchar las palabras del hombre a quien el desierto le ha mostrado sus numerosos rostros, para quien todo tenía un por y para qué, el rostro serio y espinoso de los cactus, el vestido de colores vibrantes después de las escasas lluvias, su silueta en el horizonte donde las lomas le hacía parecer un gigante derribado y de donde se desprenderían estrellas para arrullarlo.
    Centré todas mis atenciones para que mi tía estuviera cómoda y se sintiera acompañada pues todos sabíamos que no había cura, pero la verdad es que me aburría, me sentía aislado, aislado de mi vida infantil en un pueblo que se desvanecía con mi tía, de mi vida adulta en la ciudad, de la incertidumbre de mi futuro y ni la educación religiosa lograba llenar el vacío que carcomía mis noches ¿Qué haría luego del fallecimiento de mi tía? Tenía algunos bienes, pero no una familia propia, la gran incógnita para mi era a qué dedicar mi vida cuando el último lazo quedara disuelto, sin embargo nada más podía hacer, las diligencias y el cuidado de mi tía absorbían los días que, desacostumbrado al sol me agobiaba y las frías noches eran de continuo cavilar a través de la ventana que me mostraba un panorama triste, o al menos así lo sentí, hasta el día que mi vista capturó un resplandor, pensé que me engañaba pues creí ver una figura que se movía atravesando la calle, más que figura parecía un velo movido por el aire, un velo denso pero delgado, tal vez una polvareda, tal vez arena arrastrada por el viento y que mi imaginación daba forma humanoide, no le di mayor importancia, pero el fenómeno empezó a repetirse a medianoche y cada vez se hacía más evidente que no era un juego de mi mente, pues aquella figura aparecía cuando estaba distraído y al girar hacia la ventana estaba ahí: una figura brillante, como hecha de minúsculos cristales que me observaba por la ventana, pero al acercarme se retiraba cambiando de forma, solo la cabeza permanecía inalterable mientras el resto de su cuerpo, como vestido con algún traje holgado flotaba en su avance, veloz pero delicado y se perdía sin ser yo capaz de adivinar hacia dónde.
    De niño había escuchado mucho acerca de espantos y ánimas que vagaban por el desierto, gente fallecida o asesinada durante la revolución que nunca halló descanso, entes malignos que habitaban en cuevas y barrancos, lugares marcados por la tragedia donde se sucedían fenómenos terroríficos, pero lo que yo veía era diferente; era algo que parecía tener voluntad e inteligencia propia, no me causaba temor, más bien curiosidad infantil, un deseo intenso de descubrir qué lo llevaba a mi ventana tan constantemente, quizá de alguna manera sintiera también curiosidad al observarme o buscaba algo o a alguien más; decidí cambiar de táctica, así que la siguiente noche, cuando la figura apareció permanecí quieto, tan inmóvil como ella, la luz de la luna le confería un  brillo dorado, logré distinguir su cabeza, una cabellera que caía sobre su cuello, sus hombros y su busto, poco a poco podía distinguir el contorno de una frente estrecha, pómulos altos, labios gruesos y unos ojos que parecían estudiarme con la misma minuciosidad que yo a ella; estaba fascinado, sin moverme le  hablé, le pedí que no se fuera, que deseaba conocerla, saber quién era y de dónde venía, por toda respuesta la figura giró y se alejó como siempre.
    Los siguientes tres días continué inmóvil, hablándole al verla aparecer, entonces ya me había habituado a su presencia, para entonces había logrado apreciar su rostro y su cuerpo, era una figura femenina, delgada, alta y silenciosa, fue entonces cuando movió los labios y lo que salía de ellos era una brisa suave, un sonido parecido al de la flauta que inundaba mi habitación como una melodía suave, ininteligible pero la sensación me tranquilizaba y animaba pues por fin había logrado contactarla.
   La siguiente noche esperé dos horas en vano, me entristecí sobremanera pensando que tal vez no volvería, salí a la puerta y me senté en la acera cabizbajo, fue entonces cuando vi una delgada línea de arena que brillaba sobre el pavimento, su color y textura eran inconfundibles: mi nueva amiga me había dejado un rastro y seguramente esperaba que lo siguiera, animado cerré bien la puerta y, sabiendo que la tía estaba al cuidado de Mirta lo seguí confiado, sin embargo éste cruzaba la carretera y se adentraba al desierto, sabía que era peligroso, pero la curiosidad y el deseo de contactar nuevamente a la mujer de arena me hicieron continuar varios kilómetros, ya cansado llegué a toparme con otra carretera, en eso vi una camioneta que se acercaba por lo que me detuve antes de continuar, pero la camioneta se detuvo frente a mi y vi con horror que se trataba de gente armada,    sicarios o traficantes de drogas que no dudarían en levantarme con muy oscuras intenciones,  quedé paralizado del miedo mientras con groserías y apuntando aquéllos individuos me sacudían exigiendo saber qué hacía yo en esos parajes, pero entonces un silbido distrajo su atención mientras una ventisca se formaba a pocos metros de donde estábamos y se acercaba vertiginosamente levantando con fuerza piedras, arena, ramas y cuanto estuviera cerca, los hombres no supieron qué hacer al principio, pero al ver cómo se estacionaba y sacudía la camioneta, tirando el cargamento que había en ella, se subieron nuevamente y arrancaron aprisa, la ventisca se fue calmando y densificando hasta tomar la forma de la mujer que ya conocía, muy contento agradecí su pronta ayuda y ella, estirando un brazo me animó a seguirle, en esos momentos pude admirar su cuerpo esbelto , su larga cabellera, su delicado perfil y sus manos delgadas con afilados dedos, pude advertir sus torneadas piernas y unos pies delgados que \"pisaban\" el suelo como si fuera hierba, velos parecían caer sobre su cuerpo desde el busto que se movían graciosamente conforme caminaba, seguramente para coordinar nuestros pasos pues de otra manera me hubiera sido imposible alcanzarla, me acompañaba tu timbre aflautado, que daba paz y alegría, que me aligeraba el cansancio y el sueño, el paisaje desértico iluminado por la luna, el sonido de los animales nocturnos, las piedras desnudas, el subir y bajar la loma, todo ello lo disfrutaba contigo, Mechabili, tomado de tu mano tibia, mano porosa, mano de arena compacta.