La veo allí, sentada en silencio,
Su mirada perdida en el ocaso.
El dolor dibuja en su rostro un gesto,
Que habla de un amor que ya ha pasado.
Sus manos temblorosas sostienen
Una foto gastada por el tiempo.
Sus ojos, antes vivos, ahora tienen
El brillo apagado del tormento.
El viento mueve las cortinas suaves,
Como queriendo acariciar su pena.
Mas ella, ensimismada, no lo sabe,
Atrapada en su elegía eterna.
Cada suspiro es una palabra no dicha,
Cada lágrima, un poema sin escribir.
Su duelo silencioso es la desdicha
De quien ama a quien ya no puede venir.
El mundo sigue girando afuera,
Ajeno a esta escena de tristeza.
Pero aquí, en esta habitación austera,
El tiempo se ha detenido con certeza.
Observo, sin poder consolar,
Este luto que trasciende lo visible.
Su elegía, muda pero tangible,
Es un canto al amor que no se pudo quedar!
Oh, mariposa herida
Oh, flor enlutada
Que pena tan honda
te atraviesa el alma!
He asistido a uno de los actos oficiales de mi condado dedicados a la Carta Magna de Estado Unidos. En estas festividades siempre se hacen presentes maestros, directores de colegios, escritores y curiosos, y una creadora de material para el preescolar suele ser el alma de la fiesta por su viva mirada, su amabilidad de saludar a todos y la felicidad en su rostro al mirar con amor al caballero que camina a su lado pero que ahora era el gran ausente, y parece haberse llevado el brillo de esa antes radiante mujer. Era muy notoria su tristeza, su silencio, su lenguaje corporal. Estaba sentada en una esquina, enlutada del alma y sola, profundamente sola, y al observarla surge esta elegía entre le murmullo de varios que buscaban explicaciones de que pasaba con la conocida artista, pero como gente altamente educada, no era oportuno preguntar y solo bastaba con mirar para intuir el sufrimiento latente de esa dama.