No es el instante efímero de lo cierto,
las palabras plañideras,
o exaltadas como doncella enamorada.
Que se creen, así de creyentes crecen,
como si en verdad fueran duraderas,
así es, en sí mismo, el guion macabro
de un demente que otros locos aplauden.
¡Ay, de la vida en su siniestra ceguera!
En ese instante efímero de lo incierto,
en el escenario, donde la mascarada
es vista con vista huera.
Y van cayendo sin vida, desconcertados
los que no entienden qué está pasando,
está el telón siempre arriba,
no descansa el ateo criminal guionista
ni se levanta nadie del patio de butaca.
¡Es la muerte presente en la guerra!
Guadaña que persigue y lenta mata la vida,
el teatro, lleno de cobardes mentiras,
y sigue la garra con saña
trazando fronteras, dentro, los condenados
a morir sin derechos que se preguntan
¿Qué hice, por qué me matan?
¡Es la guerra, ignorante y soy el demente!
El fiel reflejo, fiel, de la condición humana,
el ángel destructor, el dueño de las almas
del patio de butaca.
El que con sus garras les escribe la muerte
porque la muerte lenta es mi mejor aliada.
Así que, muere imbécil, muere y calla,
no vales nada, mía es tu tierra, mía tu vida,
mío, el teatro y el escenario, mi coartada,
así que, dame tu alma.
Los aplausos fueron disparos, la metralla, luces del escenario.
Todos, con vista huera; quietud y silencio en el patio de butaca,
mientras los niños morían, lloraban, lentamente agonizaban.
¡Que los entierren entre cascotes y ruinas!
Decía con su voz de alimaña el guionista macabro,
muchos le hacían palmas, mientras se enriquecían.
Fuera de aquel recinto putrefacto y hediondo,
la voz potente del fabricante de muertes, incitaba:
Entren señoras, señores,
niñas y niños, jóvenes y mayores,
al mayor espectáculo del mundo.
Algo único, algo nuevo, siempre viejo.
Vean la belleza de la muerte en directo,
¡Es gratis la entrada!
Observen y aprendan del futuro que les espera.