albertoescribe

¡Me dueles tanto…!

Arrecia la llovizna. Me resguardo.

Percibo unas siluetas que se acercan

y justo a mi costado se guarecen.

El niño ha levantado la mirada,

me observa fijamente y me sonríe.

 

Entonces, al mirar con qué ternura

se toman suavemente de la mano,

me invade –intempestivo– tu recuerdo.

Mis lágrimas escurren silenciosas

al evocarte así… como eras antes.

 

¡Y no puedo evitarlo, duelen tanto…!

 

Me duelen tus recuerdos más recientes,

aquellos que te muestran vulnerable;

de cuando te miraba consumirte,

de cuando, lentamente, tu sonrisa

otrora luminosa, se apagaba.

 

Y sin embargo tú, con tu insistencia,

con esa tu manera de aferrarte,

acaso me enseñabas a luchar.

Algún día lo haré, pero no ahora.

–Quizás por egoísmo y cobardía–

¡No quiero recordar tus ojos tristes!

 

Quisiera… ¡Te lo juro que quisiera!

borrar ese momento cuando estaba

mirando, sin mirar, tu cuerpo inerte.

Prefiero imaginar que aquella tarde

–invulnerable, fuerte, tal cual eras–

volaste, como un ave, al infinito.

 

Quizás y que en silencio, solamente

–sin tanta parsimonia, innecesaria,

que alarga sin motivo el sufrimiento–

te fuiste, diluyéndote en el éter.