Meter las narices en guerras ajenas,
dolor de cabeza con frentes abiertos
en campos minados que ofrecen su fuego
a tanto atrevido que busca la gresca.
La hartura reluce y empieza la fiesta,
sin miedo al ataque en duros encuentros
con puños en alto, palabras las menos
y un fuego cruzado que bien se refleja.
Después de la furia y el alma vencida,
sentir esa calma sin tanto conflicto,
es tregua en el tiempo cogida con pinzas.
Templar la emoción con cierto sentido,
que la vida es dulce, fugaz y bonita
y una mente en paz, duerme de lo lindo.