En el sendero de la vida, la sabiduría es la luz que guía nuestros pasos,
cual faro resplandeciente en la oscuridad de la ignorancia.
Los principios bíblicos, como estrellas en la noche del firmamento,
nos orientan hacia el puerto seguro de las buenas decisiones.
Como el alfarero moldea el barro con manos expertas,
así los preceptos divinos dan forma a nuestro ser.
No somos más que aprendices en el arte del vivir,
pero cada día, con cada acto, nos acercamos a la maestría.
El autoexamen es el espejo donde se refleja el alma,
mostrándonos el verdadero rostro de nuestro progreso.
¿Hemos plantado las semillas de la dedicación y el compromiso?
¿O aún yacen dormidas, esperando el despertar de la fe?
El bautismo es el río donde nacen de nuevo los fieles,
lavando las dudas y emergiendo con renovada esperanza.
Es un viaje de transformación, un compromiso que se renueva,
con cada palabra de amor y cada gesto de bondad.
La labor de predicar es el eco de una voz ancestral,
que atraviesa los siglos con un mensaje de salvación.
Enseñar las buenas nuevas es sembrar en tierra fértil,
esperando pacientemente la cosecha de corazones abiertos.
Nuestras decisiones son el reflejo de la guía celestial,
un testimonio vivo de la fe que profesamos.
Tratar a los demás con la compasión de Jesús,
es el más alto mandamiento, el amor hecho acción.
Si en nuestro caminar descubrimos la necesidad de mejorar,
atendamos los recordatorios divinos, que nos instruyen con paciencia.
Porque en la humildad de reconocer que aún somos inexpertos,
encontramos la sabiduría que nos hace sabios.
Así como el salmista cantó alabanzas a la fuente de conocimiento,
nosotros elevamos nuestra voz en gratitud por la guía eterna.
Que cada paso en nuestro viaje sea firme y seguro,
guiados por la palabra que “hace sabio al inexperto”.