Somos de material sensible,
si el universo vibra,
las partículas subatómicas
también,
todo,
la luz, el alma, el pensamiento,
las estrellas, ...
Un guiño, una palabra,
el estar en los recuerdos,
el corazón de otros,
...
nos estremecen.
Por eso me alejo cuando
siento que las trepidaciones del otro
son malignas para mí.
No sé cómo lo sé;
pero lo sé.
Es como se presiente
un terremoto, un desastre,
la muerte de un ser querido,
es premonitorio,
nos sacude el alma,
luego sucede;
uno de cierta forma
está preparado para el golpe,
duele con intensidad;
sin embargo, se sostiene,
no se derrumba completamente.
Es lo que solemos llamar el sexto sentido,
hacerles caso a nuestras intuiciones,
a las corazonadas, a los que nos transmite
el entorno,
...
Por eso parto lejos donde haya paz,
para restablecer la serenidad perdida,
una vez situado nuevamente
en la misma frecuencia del mundo
puedo continuar.
Los demás me hacen bien o mal
pocas veces es neutro,
descubro rápidamente sus intenciones,
claro que sí,
algunos son muy obvios;
cada recorrido está lleno de engaños,
sortearlos cada uno de ellos es
casi imposible,
la guardia está baja,
caes, es imperdonable,
...