“Los tiempos de la justicia no son los tiempos de los hombres”
Repetías cual Electra frente al pabellón funerario de su padre
Tu voz de infanta la escucharon todos los vates desterrados
De aquel Olimpo invertido al cual se accede desde el Hades,
Y dentro del cual el Chivato porteño aguarda su regreso.
Preñada de mito, te abriste paso a través de la provincia del espíritu
Pretendías que tu voz se hiciera carne, que cobrara su porción de soledad
E hiciste de la poesía tu herida, tu coraza y tu desierto.
Voraces las palabras carcomieron su orfandad interior
Y regresaron para arremeter contra los señores del olvido
Tregua maldita en la que solo cobraron la farsa del oráculo.
La sangre, al fin, la sangre fue la savia de aquellas muertas
Había que derramarla, así fuera en sacrificio de la causa mundo
La sangre del amante, la rabia de la savia amorosa,
Vuelta hiel en la traición, hecha amarga la sustancia.
El tiempo y su sarcasmo hicieron del polvo la tragedia
Ojos devorados, tu rostro era el de la esfinge,
y proclamaste pena, y exclamaste odio, y prometiste utopía
allí donde ya no había nadie, excepto un amor chorreando
chorreando lava por los poros, inundando la palabra de ponzoña
y la media verdad en despojo, para extorsionar al próximo Edipo.