De tanto perder, aprendí a ganar,
entre ruinas y escombros forjé mi andar,
cada derrota fue un nuevo comienzo,
un eco profundo que me enseñó a avanzar.
De tanto llorar, la sonrisa nació,
como un sol tras la lluvia que siempre volvió,
cada lágrima, un surco en mi piel,
cada sonrisa, un triunfo fiel.
Conozco tanto el frío del suelo,
que mis ojos solo buscan el cielo,
ya no temo caer, ni al abismo mirar,
porque sé que siempre puedo volar.
Tocando fondo, encontré mi verdad,
en lo más hondo hallé mi dignidad,
y ahora, cuando desciendo en mi ser,
sé que mañana volveré a renacer.
Porque de tanto caer y volver a empezar,
cada herida me enseñó a luchar,
y ahora, aunque la vida me quiera tumbar,
sé que el cielo es mío, y allí voy a llegar.