Oscarin Balderas

Morir en la tarde

 

Morir en la tarde, cuando el sol declina,  
como un dios cansado que apaga su fuego,  
dejando en el cielo una luz mezquina,  
una huella leve del día que entrego.  
Y yo, en este ocaso, me siento desierto,  
una sombra errante que busca el olvido,  
un eco lejano, un silencio abierto  
que muere despacio, sin ser advertido.

Morir en la tarde, cuando el mundo cesa,  
cuando las voces se tornan ajenas,  
y el viento recoge en su triste maleza  
el eco de vidas que fueron apenas.  
Que venga la muerte como un dulce sueño,  
sin temores, sin sombras ni agonía,  
que acabe este cuerpo, en su propio empeño  
de hallar en la nada, la paz que no había.

Pues, ¿qué es morir, sino despertar tarde,?  
cuando ya la noche cubre con su manto,  
cuando el tiempo cesa y la carne arde  
en el fuego frío de un final quebranto?  
Que la tarde sea testigo callado  
de la despedida, de este paso incierto,  
y en el horizonte, como un sueño errado,  
se pierde mi vida en el polvo yerto.

Que no quede lágrima, que no quede duelo,  
que la muerte venga suave, silenciosa,  
como el último rayo que se oculta en el cielo,  
como flor que cae en la tierra arenosa.  
Y si hay algo más, que no sea tormento,  
que me lleve lejos el eco del viento,  
que en la tarde muera, con calma infinita,  
y la muerte misma me sea bendita.

Morir en la tarde, cuando todo acaba,  
cuando el mundo calla y el alma se apaga,  
sin más horizonte que la sombra leve,  
sin más esperanza que lo que se atreve  
a soñar el hombre, en su afán perdido,  
de hallar en la muerte lo que no ha vivido.  
Pues morir es solo un paso invisible,  
un caer despacio, en lo indefinible.

Y si tras la tarde no hay luz que despierte,  
si todo es vacío, un silencio errante,  
me habré fundido, tranquilo, en la muerte,  
como se disuelve el sol en el instante.