EL MANANTIAL.
Una tarde cualquiera
de invierno o de otoño,
nuestras miradas se cruzaron.
Dejamos pasar el tiempo,
las noches, los días,
sin querer darnos cuenta
que lo que estaba ocurriendo,
no podía ni debía pasar.
Intentamos mirar hacia otro lado,
dos dijimos… está prohibido.
No debemos beber de este
maravilloso manantial.
Íbamos bordeando la orilla,
pero el manantial estaba allí,
invitándonos a beber.
El agua estaba clara y fresca,
hacia calor, mucho calor,
pero teníamos que ser fuertes,
no nos estaba permitido.
Pero, juntamos nuestras manos
y bebimos, y sentimos la caricia
del agua en nuestro cuerpo, y…
volvimos a beber, y a beber.
¡Bendito y amado manantial!
Saboreamos todas sus virtudes y encantos,
y… nos emborrachamos de placer.
Sin pensar que ese manantial
lo teníamos prohibido.