Otxamba Quérrimo

Ratoncitos de sal


[Aparecida por vez primera en el poemario Oltremare (2004), el poeta jinotegano Julius Chavarría Méndez dedicaba esta loa «a quienes plantaron, en mis ojos desvaídos, chispas de plenitud»]


ERROR FUE AFIRMAR QUE EL MAR,
con su aroma espumeante,
sus flotantes cromatismos
y su voz vacacional,
me bastaba,
rescatándome de mí mismo
mediante espejismos de infinidad,
esculpidos al compás
de sus ondulantes mechones de agua inmemorial azulada,
y esparcidos, al azar,
delante de la playa.
Pero no.
Por lo visto, el mar no me bastaba.
El mar, con sus oleadas de frescor,
con su marea de instantes
mágicos, catárticos, permeables,
no me bastaba.
El culpable:
un ratoncito de sal.
Este nuevo pretendiente de mis ojos,
teñidas sus mejillas
con los despojos
de un festín de arena,
vino trotando locamente hasta la orilla
y, en cuclillas,
disparó sus piececitos
sobre un salpicante motín,
saciando sus marítimos antojos
ante el baboso escrutinio de un sinfín de miradas ajenas,
irremediablemente,
la mía entre ellas. 
De hecho, 
apenas comenzó a chapotear en las sobras de esa ola, 
le embriagó una súbita euforia,
desenfundó sus dientes de leche
y, acto seguido,
brotó de su pecho
una risa cristalina,
de esas que son inquilinas 
por siempre en la memoria,
de esas que resuenan al acecho de un oído,
de esas que eclipsan, sin derecho,
los encantos marinos con su música,
tan irrisoria, tan genuina. 
No necesitó hacer más.
¡Ya lo había conseguido!
Es decir, el ratoncito,
aun cabalgando por su planicie emocional
sin derramar palabra alguna,
puso mi atención en ayunas,
consiguiendo que, por un momento,
me olvidase del mar,
el cual ese día dejó de bastarme.
Por un momento
Qué ingenuo fui.
No fue un momento.
Fue un desliz de mi vista.
Fue una tarde. 
Fue una vida.
Pues, cuando su papá se lo llevó a rastras, 
otros ratoncitos de sal
se acercaron a acariciar 
con su ilusión incorrupta las aguas.


Conglomerado de egos (2024)