Una lágrima rueda por la mejilla de la montaña,
pero no es ella quien llora,
es el llanto de la nube, que lamenta,
que de su amado cielo, llovera fuego y azufre.
Pobre de aquella alma que sufre,
no encontrará en aquellas lágrimas consuelo,
ni poniéndose de rodillas en el suelo,
calmará la ira del supremo.
Aquel que calmo las aguas, en la barca quizás sin remos,
porque las velas marcaban el rumbo,
como lo hace el Rabi que vino a este mundo,
a decirnos que : si creemos en él, al cielo iremos.
No hay excusas, no nos quejemos,
entre más quejas, más gotas de lluvia,
caen sobre los techos de tejas,
incrementando el llanto del que cayó en el olvido.
Muchos pecados he cometido, en mi tiempo vivido,
como los peces del mar, una vez atrapados,
en capitales se han convertido,
pero… al cielo iré, pero no me nombréis; como esos seres alados.