Si tú regresaras. Por el camino que has recorrido y el que yo he transitado, nuestro mundo sería diferente. Compartiríamos, no solo el pan en la mesa, sino vivencias, cuentos, alegrías y sin sabores. Mi alma regaría sobre la tuya, arandelas de versos insondables y profundos de amor y esperanza.
Cuando te conocí, te veías en lo alto del firmamento como aquel lucero hermoso e inalcanzable. Con las ínfulas de quien lleva en su mano el cetro del poder. Mientras, el eje de la tierra giraba y giraba en derredor nuestro, tejiendo de manera imperceptible los hilos del destino.
El tiempo pasó, tú allá, yo acá. Lunas y soles enteros fueron pintando la belleza y opacidad del firmamento, una y otra vez, de una multiplicidad de colores, para, en últimas, teñir nuestros cabellos de un gris oscuro. Preludio ineludible de un camino sin retorno. Mientras, las piedras en el camino intensificaban su punzante filo.
Ahora, en este espejo prístino, puro y cristalino de la vida, veo en mí la belleza que no quise ver. Las piedras en el sendero fueron eso. Solo piedras que había que retirar de manera inteligente y sosegada. Suerte que hoy, esa luz se refleja a través de mis pupilas.
Y tú, en el mar espeso de tu indiferencia. Efímero pedestal del que un día te agarraste en aras de que la inclemencia no te aventara al cataclismo de tu árida existencia. De esa fuente no bebí.
Imagen: Créditos a su creador.
Luz Marina Méndez Carrillo /23/09/2024/Derechos de autora reservados.