Novela Corta: Dama de la Calle
Por: Srta. Zoraya M. Rodríguez Sánchez
Seudónimo: EMYZAG
Comenzada 24 de julio de 2019
25-31 de julio de 2019
1-3 de agosto de 2019….
Terminada 3 de agosto de 2019…
Editada 18 de agosto de 2019...
Era una calle transitada por donde se pasea el más vil de los hombres: el hombre casado. Y era ella, dama de la calle. Y de una calle desierta de hombres solitarios en busca de aquello que se llama amor, porque tener sexo con alguien era como hacer el amor y el amor lo era todo. Ésto era una mentira o una cruel verdad. -“No sé”-, se decía ella, la dama de la calle. La calle con fríos nocturnos se aviva la espera de algún caballero con la posibilidad de creer en el amor a ciegas. Era como pertenecer a la soledad y, más aún, a la misma sociedad de ante mano. Era como perpetrar el más vil de los sentimientos. Cuando era enaltecer el calor sobre aquel frío a cuestas de la misma soledad. Y era ella, la dama de la calle, y así le apoda la gente que allí que la ve ir y venir. Cuando se siente la rica atracción por el maldito dinero fácil o era demostrar que llevar un peso a la casa servía de qué comer. -“No sé”-, se decía ella. Y ella nunca lo supo de tal manera, hasta que un hombre quiso ser como el cielo para ella y poder librar su alma de las ataduras sociales. Ella, era esbelta, alta, y delgada, y tenía ojos azules y sus cabellos de color dorados como el sol. Cuando pequeña, era la más traviesa de seis hijos que le dió Dios a Doña Tomasa. Era salvajemente atrevida, e insolente con cualquier hombre que se le cruzara en medio. No tenía vergüenza, pues, la vida era corta. “No sé”-, se decía ella. Y era la más cruel de las amigas, pues, les hacía bromas hasta caer al suelo de la risa. Ella, era la hija predilecta, selecta e intacta. Era la más graciosa y la más divertida, pues, su vida era una de creer y no de saber que era una mentira. Cuando llegó a la pubertad, descubrió el sexo, no como todos, sino con una terrible violación de ella misma con la masturbación. Y se dijo que era muy cierto, que el sexo era muy rico para ella. Y que quería más y más y más. Cuando en una vez, en la calle, en esa misma calle que ella deseó con tanta vehemencia y suspicacia, tuvo sexo con un muchacho de la misma vecindad. Cuando supo que el sexo era terriblemente bello y hermoso, supo lo que quería ser cuando grande, la dama de la calle, y es por eso, es que ella se llama así, y le gusta ese sobrenombre. Y todo porque el sexo para ella era todo. Era perdición o salvación, era éxito o fracaso, era error o un acierto. Era un yerro que nunca supo como errar. -“No sé”-, se decía ella. Y era casi inalterado el tiempo en que ella acostumbra a tener el más delicioso de los sexos y que clandestinamente hacía, cuando la escuela le da el tiempo que ella quería sobrepasar. Era una calle solitaria, con demasiado porvenir y con un instinto tan distinto y tanto frío por la noche y por el día tanto calor que se debió de alterar lo inevitable de entregar el sexo a cuestas de la sensación que a ella sí le agrada. Y lo hacía con delicadeza, a ella le agradó el sexo y punto y sin sentido o con sentido y lo que al hombre le gusta es su total entrega en la cama. Y ella se vive su vida, su sexo y su dinero, el cual le gusta gastar y malgastar en lo que quisiera ella. Y era ella la dama de la calle, la que con risa y una camisilla y una falda corta camina y transita por la acera de la calle del frío, la cual nunca se debe de tentar de malos pecados y todo porque todo era liberado con sus actos. Y como dice la Biblia, fuera los fornicadores, pues, ella no, era una fornicadora sino que los hombres fornican con ella, y ella, no era una pecadora ni santa de la devoción de ningún santo, sino una mujer capaz de entregar su corazón y su alma llena de limpio proceder. Y era ella, la dama de la calle, cuando alguien le preguntó una dirección ella sólo le dijo, -“no sé”-, como ella decía, no quería que se fuera el caballero, pues, a ella le encanta el sexo y no importa con quién hacer el amor o el sexo. Y se debió de entregar en cuerpo y alma al sexo, como la diosa del sexo y no como Venus o Afrodita, sino como la más experta del sexo abierto hacia la inmensidad o a la eternidad. Y sin saber dónde depara el amor o al sexo de los que les agrada el sexo por conveniencia o yá sea su labor o entrega consensual. Y se debe de tener éxito y no fracaso, siempre se decía ella, -“no sé”-. Y en el amor un sólo tiempo para el amor verdadero, aunque sea, invisible o abstracto su parecer. Era la calle, la dama de la calle, transitada mayormente por hombres casados, a ella, no le importa quién era su caballero jovial del sexo, con tal de hacer sentir su sexo el placer a cambio de otras de que están cansadas de hacer lo mismo y vender lo único que tienen su alma al mismísimo diablo y sin importar que Dios las mira.
Era la calle o era su corazón que necesita del sexo. -“No sé...”-, se decía ella. Y en verano o en invierno era todo igual, a ella le agrada lo que era el sexo. Y ella lo venera y muy bien. Era aquello que le gusta desde la pubertad. Y quería ser éso, como todo aquello que era ella, una prostituta de la calle. La dama de la calle, una mujer sí, una sola mujer, sí. Cuando en el tiempo se debió de entretejer el reloj como osadía que por el día, se sentía más y más el sol como todo el calor de un beso o de un abrazo fraternal de esos que ella no sentía yá. Era la dama de la calle, sí, pero, como toda mujer quería ser una mujer de soledad y amante de la desolación. Y, además, de saber que el delirio se intensificó más cuando sintió el frío de esa triste soledad, pero, no fue bastante, fue demasiado, fue mucho saber del delirio que le da el sexo. -“No sé”-, se decía ella. Cuando era mucho saber que el destino, fue como la sinceridad. Cuando se siente más el defecto tan directo en el corazón, y con lágrimas de dolor donde se debe todo. Y fue y será lo que logró sobrepasar en el camino fijo. Y se llevó a acabo todo desierto de ansiedades y de ambigüedades continuas. Cuando por destino socavó muy dentro la razón y la locura perdida de ella, la dama de la calle. Y se miró desde adentro cuando quiso entregar el caminar muy lejos. Dejar un destino que aviva la osadía de entretejer lo que demostró. Si se dió el dulce pasaje a la ira. Y quiso dar de sí lo mejor, pero, encontró en su interior soledad, desasosiego, y ambigüedad. Y más aún encontró el deseo en querer amar a su sexo como ella misma lo entrega a quien quisiera. Era como saber que en la calle se desvive por entregar lo amargo que para otra es, pero, para ella era lo más dulce del camino o del mismo destino: el sexo. Era como atreverse a identificar el camino lleno de ceguera y amar lo que fue.
Y amó a su corazón y más a su sexo. Y ella quiso entregar el corazón en cada relación que sostuvo con todos los hombres y aún con algunos casados. El cual ése era el más vil de los hombres que se pasea o transita por esa calle donde el amor no existe sino todo el sexo a complacencia. Y se debió de saber que el sexo para ella lo era todo. Y porque en su cabeza delirante de placeres al igual que su parte más íntima de su cuerpo, se llenó de una total excitación, y fue cuando entregó el alma, pero, ésa alma yá alguien se la había llevado lejos, muy lejos de ella. Y queriendo dar lo mejor en el sexo, quiso complacer en todo al hombre y más al hombre casado. Si interrumpe el sol en el amanecer, ella, la dama de la calle, viste su cuerpo y su pecado perdonando y todo porque no era ella la fornicadora sino los que fornican con ella: el hombre casado. Y se debió de enfrascar una sola idea en el alma, y fue dar de sí el mejor placer sexual en cada relación. Ella, la dama de la calle, no busca amor, pues, eso yá se había perdido, pero, lo que hacía con ellos era el amor, aunque por otro nombre también lo llamen. Ella era así. Aunque ella siempre solía decir, -“no sé”... Era como ver al cielo negro y de tormenta con un sol magnífico. Era como ver el cielo intacto, inmóvil, y deseoso. Era como escuchar el silencio y saber sentir lo que para ella era el verdadero sexo. Era como saber que el amor se pierde también por el sexo o se gana aún más, viceversa. Era como retroceder hacia toda una vida que soslaya en el tiempo sin poder regresar al ayer o al pasado para reivindicar lo yá sucedido. Y ella se sentía así, como un anhelo, como un bonito sentimiento, y una magia entre el placer y el amor real. Era como volver a reír, y sentirse amada, pero, no ella está sola en la calle, la dama de la calle, era demasiado muy triste el saber que su cuerpo ama sin sentir amor ni pasión, eso tan lindo y hermoso que se siente cuando se encuentra el amor real. Era saber que el destino es suave, imperceptible y que se cree que sea bueno. Era saber que sentir el verdadero amor, pero, sintiendo el mayor placer como a ella le gusta sentir en cada relación. Las demás mujeres, están hartas, cansadas, de tener que trabajar tanto en el sexo, por conseguir de qué alimentar su corazón y más a su alma, de saber que el espíritu va y viene, pues yá están cansadas del maldito sexo. Mientras, que para ella, la dama de la calle, no fue ni era así. Y ella fue imprudente, saber que el sexo no da desproporciones sino placer y del más allá de la razón de querer sobrevivir en ese ambiente de sexo total. Era como enfrentarse a una muralla gigante sin poder sobrepasar. Era nadar al horizonte sin poder llegar a el horizonte. Era como ser el mismo impuro, espurio, e ilegítimo, deseo de sentir amor en la cama, a pesar de vender su más terrible secreto: la dignidad. La virtud manchada y tan cruel, siempre machaca en la raya. Era como poder vivir entre una daga de dos filos, pero, no, ella, la dama de la calle, ríe, se ve tan jovial a pesar de los años, y cree que todavía que era su primera relación sexual, ese encuentro entre dos polos tan diferentes. Y quiso ser como la diosa del sexo, o como esa dama de la calle, que sabía lo que quería ser cuando llegó a su pubertad. Y fue como sobrevivir entre lo denigrante, la vergüenza, y la sola soledad tan ambigüa, tan casta, y tan delirante de saber que yá había perdido todo, menos su alma, siempre su alma dispuesta a ser libre a pesar de que su cuerpo está encadenado, prejuiciado, juzgado y, más aún, sentenciado. Es como saber que el sexo lo era todo para ella, sí, para la dama de la calle.
Esa calle, transitada mayormente por hombres casados, se ve venir el divorcio, la infidelidad, el acto impuro, y la frialdad de amar, a pesar de la complacencia sexual y consensual. Y se ve venir un frío inconcluso, en la calle, y la dama de la calle, fue a salvar lo que yá no se podía salvar, el frío lleno de eterna soledad. Y saber que el destino es frío y desolado en esa calle perdida cuando se da la intemperie desolada, inocua y trascendental hasta caer y morir al suelo, pero, no, quedó como un pasaje de ir y venir y de volver a ser como una costumbre en ir y venir y volver a la calle, si era la dama de la calle. Era como descubrir lo esencial de amar igual, era como entretener lo que se da aquí. Cuando es tan real lo que por igual se siente aquí cuando se siente aquí un silencio. Y no era la paz, era la descendencia de la paz, que trajo ese silencio interno a su vivir y a su vida. Era como ver el cielo de gris y tormenta y ver salir al bendito sol después de haber empapado más la piel. Y fue un destino de color y de denigrar la vida de una mujer que no calló el deseo de amar y de ser amada, aunque fue con hombres casados en busca de eso, de calor humano, de vivir una vida y de sentir en la piel el pellejo, por tocar aquello que se llama piel. Y como si fuera un desperdicio total era como denigrar lo que se llama reputación, cuando se habla de intensidad, de colores, y de clandestino amor sin amor. Era como si fuera un destino tan cruel como la desavenencia de saber que en el mañana sólo queda un camino, y era el mismo camino de soledad y de desolación. Era como abrir el tiempo en un sólo reloj, y saber que el tiempo es eso sólo tiempo. Era como recibir de la noche su frío, pero, para ella, para la dama de la calle no era así, sólo le gusta el frío y más cuando llega un hombre en busca de su más fiel trabajo, la prostitución. Era como sentir el calor en sus eternos brazos, y saber que el mundo sigue igual, con diferencia de una cosa, y era la noche sin un amor, sólo sin amor que una noche no haga lo que se cumple en todas las noches, la prostitución. Y la dama de la calle, fue amando más y más, y yá conocía aquello que le da temor y era un hombre incapaz e impotente. Y sí, también la buscan ésos hombres de impotencia que eran más avaros que cualquier otra cosa, pero, no, el destino fue cruel como el mismo instante, cuando creyó por fin que su interior busca la paz, y de tener el amor total fue cuando sucumbió en un sólo trance el temor a estar petrificada en un sólo deseo inocuo. En un instante en que sólo el sueño es ser el dueño de la vida, de la esencia, de la presencia esa que ella busca y era el sexo total. El sexo lo era todo para ella, y para quien ella le hace sentir el placer más delicioso que nadie o a ningún hombre. Era ella, la dama de la calle, no era señora ni señorona, pero, era mujer y como toda mujer quiso y amó con ímpetu. Y quien alterna y nunca evitó lo que fue un amor a ciegas, donde el fuego se concentra más. Era como enredar la vida con una herida total. Era como sublevar la caricia a una mayor expresión. Y, saber, aunque, ella solía siempre decir, -“no sé”-, que la vida te lleva a donde tú quieres que te lleve. Atrae el silencio y una paz conceptual, cuando el delirio es enfrascar la idea de sentirse amada totalmente. Era como si fuera un camino desértico y estrambótico, para que sucediera lo que el destino vaticina. Era como enredar el destino en un sólo sentido y saber, aunque ella, siempre decía, -“no sé”-, por decir que el sexo lo era todo para ella. Era como extraer y fingir que el amor lo era el sexo. Eso era todo para ella, pues, le encanta hacer el amor y sentirse amada por los hombres. Era una prostituta y con mucha delicadeza hacía que el hombre vuelva a ella, a esa calle donde ella, era la dama de la calle más perfecta donde se vende el amor y el sexo, y como ella decía, -“no sé”-.
Y se perpetró una peor osadía cuando llegó a ella un hombre del cual ella creyó fiel como esos hombres. Y como ésos hombres que ella les hace el amor y, más aún, como toda doncella del amor a cuestas de la lujuria y de la pasión despierta y todo porque a ella le encanta el amor y el sexo. Era demasiado creer que el cielo era pequeño a tanta grandeza del sexo, y ella lo conocía y muy bien y lo cuida a la perfección como toda una experta y diosa del sexo. Era como saber que el silencio no lo halla en su interior desde que la paz se ha marchado para hacer camino triunfante ante todo ese sexo delirante que ella siente y palpa con cada sensación y con cada hombre, pues, sí, llegó ése hombre del cual ella conversó unas pocas palabras y se dijo, -“éste debe de ser un encubierto o un policía que desea arrestar aquello que se llama vida y más aún encadenar mi propio sexo y mi deseo de sentir en carne propia el deseo de amar y en ser amada, aunque fuera en un poco tiempo”-. Y, no, era un francotirador del narcotráfico que desea una noche con esa joven esbelta de ojos azules y que se dedica al sexo sinceramente, pues, él transita por la calle como cualquier hijo de vecino, y siempre la mira ahí en espera de algún hombre capaz de querer el sexo con ella, con la dama de la calle. Y sí, era ella, la dama de la calle, la que en realidad se debió de haber entregado en cuerpo y alma lo que había dejado allí, una cara, una sonrisa y un cuerpo con el cual fornica el hombre incapaz de resolver una verdad, que era insolente y prepotente. Y ella, lo sabía, aunque ella se dijera -“no sé”-, y siempre lo mismo. Y que quería decir que el hombre era incapaz de ver el sentido de la mujer como el placer más hermoso y luminoso, o sea, que en el sentido está todo el secreto de ver al cielo en la magia de un instante. Era como sufragar el instinto tan distinto, como el mismo fuego, dentro de ver el cielo abierto. Esa pasión ardiente, caliente el beso que yá no se da y todo porque no puede sentir un beso de amor en el alma, ¡sí, en el alma!. Y era como cometer el mismo sentir suave y delicado cuando se abre la puerta del destino a sabiendas de la impercepción del momento. Era como saber que el instante se abre el silencio. Era como atreverse a enfriar el suave murmullo de las gentes por el vecindario. Y entregarse en cuerpo y alma a la prostitución de la calle, era la dama de la calle cuando el dolor quiso ser como el mismo grito de la calle, que sirvió de anteceder el siniestro cálido de automatizar el delirio en saber qué era el sexo para ella, y se dijo una vez más, -“no sé”-, y se debió de haber entretejido el más cobarde de los instantes cuando ni ella misma quiso saber qué era el sexo para ella, si al fondo lo sabe ella y que era todo para ella, era lo que le encanta y fascina. Era como superar el fracaso con un instinto de acierto y éxito. Era como la llave sin oxidar siempre y por abrir el cerrojo y era su propio corazón como siempre. Y quiso ser del sexo el más complaciente de los instintos. Era como poder ser el dueño de la diosa del sexo, llamada la dama de la calle. Era como poder sentir el fuego desvanecer como el agua cristalina entre los dedos. Y saber que puede cortar como corta la luz en la piel. Era el sexo. Y, sí, que lo era. Era como todo el placer del mundo. Era como nunca fallar al amor y ser tan perfecto y fiel como lo era el sexo con ella. Y, sí, era el sexo. El mismo sexo que era una vida con clase y aparte. Era como el desastre, pero, sí, era caer y explotar y saber que el destino era siempre sentir llegar al rico y tan delicioso orgasmo. Y ella, lo conoce muy bien, pues, era como su mano derecha. Y lo entrega a “full time”, pues, era lo que más le gusta sentir sin importar con quién, o cuál era el hombre que la ama, era ella, siempre ella. Y ella era así.
Forjando el trabajo de la prostitución, pues, ella, era la dama de la calle, le agrada y gusta más venerar esa labor que le dió con qué alimentarse, pero, ella, no cree en lo ilegal y el problema que da prostituir el cuerpo y más en la misma calle. Y ella se entregó al francotirador de una manera única, pues, no hace aquello prohibido con su propio sexo, de lo que se ha perdido. Y todo porque fue demasiado tarde encontrar al verdadero amor. Un amor que consecuentemente cambiará un cambio total en su cotidiana vida, y en hacer siempre lo que nunca debió de haber hecho: la prostitución. La dama de la calle, se sintió amada, por un hombre que no le pidió sexo como los otros, sólo le pidió que entregue lo que le queda. Y ella, inteligentemente le dijo, -“no sé”-, pero, cuando le hizo el amor dejó que todo se hiciera como si nunca lo hubiera hecho: el amor. Y fue como una doncella en la cama, él la amó y &