Sumo mi voz a la vuestra,
coro de indomables soñadores,
sediciosos de un orden inicuo
que consiente degradantes arrabales.
La verdad no nace de la fuerza,
ni es privilegio de castas señoriales,
es fruto de la razón inquebrantable
que no prescribe al dictado de inmorales.
Nuestra voz es arado de conciencias,
barbechadas por costumbres infamantes,
semilla que se siembra en fértil tierra,
esperando cosechar solidarios ideales.
De la culpa de los voceros de falacias
no exime ser solo espectadores,
el silencio ante el abuso y la injusticia
nos hace cómplices o consentidores.
Asediemos las murallas de la intolerancia
con el brío de nuestras voces discordantes,
que no nos silencie la obediencia ni nos dividan, sembrando miedos,
los profetas de palabras lacerantes.
Construyamos un nuevo mundo
que destierre los errores de antes,
hagamos de la concordia y el respeto,
nuestras señas de identidad más importantes.