En la senda de la vida, cual peregrinos somos,
buscando la verdad entre susurros y ecos.
La voz de lo divino, en antiguos textos hallamos,
como un faro que guía, en oscuros mares navegamos.
Isaías, profeta de antaño, nos presenta una visión,
de un instructor divino, que a sus pupilos da lección.
Tras ellos camina, atento a cada paso,
guiándolos con amor, sin apuro ni atraso.
“Este es el camino”, nos dice con claridad,
“anda por él”, nos invita con bondad.
No basta con ver la senda y admirar su belleza,
es menester recorrerla, con firmeza y entereza.
La Palabra sagrada, en la Biblia encontramos,
esas letras de antaño, que a nuestro ser transformamos.
Como Jehová hablándonos, a través del tiempo y espacio,
en cada verso y capítulo, su amor hallamos.
Nos enseña lo justo, lo puro y verdadero,
nos muestra el sendero, que lleva al lucero.
Con sus palabras nos moldea, nos educa con paciencia,
en la escuela de la vida, nos da su sapiencia.
Para seguir sus pasos, dos acciones son claves,
conocer el camino y andar por él, sin claudicar ni desplantes.
Su organización nos guía, con explicaciones nos provee,
para entender su voluntad, y en su camino crecer.
Con alegría servimos, a Jehová con devoción,
siguiendo sus enseñanzas, con amor y convicción.
En la práctica diaria, su guía apreciamos,
y en cada acto de fe, sus bendiciones buscamos.
Así, en este viaje, con la Biblia como mapa,
caminamos seguros, con la fe que nos atrapa.
En cada palabra divina, un tesoro descubrimos,
y en el amor de Jehová, eternamente vivimos.