Confieso que mordí el anzuelo.
Absorto por la transparencia del acuario
como toda alma sedienta de espíritu,
me entregué una vez agotado el uso calendario,
sintiéndome inseguro e insuficiente,
admirando afuera mucho de lo que después ya tenía.
Incrusté mis pocas esmeraldas en la corona elegida
y en los siete puñales de María,
con la hidalguía de lo inescrutable en la imaginación atormentada,
inundado de dudas que palpitan siempre en toda causa acometida,
como el destino de la tierra o los labios de una boca prohibida.
Rubrique la compra del mar negro
con reservorios para almas atrevidas,
varias ya con vidas anteriores
incluidas las cuentas que debían.
Ahora el cáliz ya no brilla
y mi disfraz extravió su identidad.
Iglesias clausuradas por demoliciones
huyen despavoridas, evitando acoger su propia libertad.
Ásperas como lenguas heridas que bruñen el día con silicios
vagan almas, sabiéndose deudora, eluden sus propios precipicios.
Sin embargo, bien vale la pena corear una nueva estudiantina
y palpitar sus pulsiones sobre calles de adoquines.
Con el tiempo pude sentir la horma de mis pies
viviéndome orgullosamente vulnerable
en el arte de las múltiples lecturas.