Encantadora, risueña y amable, era mi abuela.
Todos mis amigos la elogiaban y hacían su día.
Su dolorosa ausencia dejo en mi alma secuelas.
Vernos felices quería, y a todos nos consentían.
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Al evocar, llega el llanto y, ya nadie nos consuela.
Muchas expresiones de mi vida, me la recuerdan.
Ella me vestía y me peinaba, para ir a mi escuela.
Ciertos hábitos en mí hacer, con ella, concuerdan.
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Los domingos, eran para mí de terror, por la misa.
Nadie se podía escapar de esa tortuosa obligación.
Decía mi nombre y agregaba: No eres nada sumisa.
¡Abuela¡ Por favor, vamos más tarde a la comunión.
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¡Callaba, pero iba recogiendo, el desorden a su paso.
Yo viví el amor de abuela Petra, aunque, era un caso.