Y fue como una doncella en la cama, él la amó y se entregó también, pues, totalmente, aunque él, el francotirador, no necesitaba de mujeres, pues, tenía demasiadas, pero, fue en busca de aquello prohibido, ilegal, ilegítimo, y más, si él sabía que era un problema más grande de los que él tenía yá, pero, la amó, y le dijo que está completa, como si nunca se hubiera prostituido, y que está más cuidada que otras que él, sí conocía. El francotirador buscó a la dama de la calle porqué él la había perseguido unas semanas antes, pues, era él el de la zona más evidente que otros, no le teme a la muerte, pues, la muerte queda siempre sin poder tentar a Dios cuando todos vamos a morir, unos antes y otros después. El francotirador, sólo, quería hablar y conversar con ella, cosas que a nadie le hubiera dicho. Y ella, como destinatario de una carta que lee intensamente y pacíficamente se entregó a escuchar a aquel hombre, contemplando su rostro, un rostro curtido por el sol, con barba larga, ojos de color café y pelo negro como el azabache. Él sabía que estaba al acecho de la vil muerte, pues, como él perseguía, a él también lo vigilaban, era un francotirador muy hábil, y diestro en lo que él hacía, tenía el dinero limpio hasta el momento porque no había matado a nadie, era su trabajo, y además, él vigilaba y trabajaba para los grandes magnates de la zona o los que venían allí, a vacacionar al pueblo. Ella, pacientemente y admira aquello que era ser un verdadero hombre, no le dió temor escuchar confesiones de aquél hombre que estaba postrado en aquella inmensa cama, ¿cómo poder ser de ese hombre su propia mujer y más, llegar a ser su esposa?, pues, era un verdadero hombre y de buen corazón. Mientras, que ella, sólo le contó que desde su pubertad le gustó el sexo y que le encantó trabajar como prostituta, y que sí, era muy rica, y que podía hasta dejar de trabajar, pues, había reunido y ahorrado bastante en la prostitución. Y que por supuesto, le gustaba lo que hacía, pues, era su mayor atracción, poder sentir el erecto hombre entre sus piernas. Sin importar quién fuera, ella era una prostituta de talla, a cabalidad total, íntegra, decente y muy cuidada. Y que para ella era el sexo su mayor protección, pues, si no lo cuida no tendrá de qué alimentar aquello que se llama cuerpo. Ella, era exactamente esbelta, rubia, y de ojos azules, y sus cabellos rubios. Ella tiene una sencilla realidad, y era que ella sólo era una prostituta a tiempo completo. Y que no debe de entregar su alma, porque su alma le pertenece a aquél primer hombre que la llevó lejos sin importar a dónde. El que le enseñó cómo hacer el amor, su primer y único hombre, el que le dió el amor que ella espera, pero, que se fue lejos de ella. Y ella, sin saber, a quién tiene de frente, pues, no se acordó de su cara ni de sus cabellos, ni de sus ojos. Sólo, ella recordó aquello que hizo, el amor con él o el sexo, porque quedó complacida, extenuada, libre y liberada, en total libertad porque libertar el alma no era fácil, y con él, sí que pudo, dar aquello que se llama alma cuando hubo más confianza. Él, supo que era ella, la mujer, cuando en la pubertad se había entregado en cuerpo y alma, también, y tan inexperto, pero, que logró hacer con mucha actitud, pero, con mucho amor y pasión, una locura de jóvenes alocados. Él la miró a los ojos, ella vió la cicatriz y todo porque la barba era muy larga y era él, el muchacho con que ella había perdido su virginidad, pues, supo que era él. Él, el único hombre con el cual le gustó mucho el sexo. Y ella dejó que la ame y que la busque cuando él quisiera. Ella estaba exaltada porque se había reencontrado con tanta pasión y se volvieron a amar ambos, como en la misma pubertad cuando se conocen. Los dos tenían un pasado escandaloso, porque él, no era un santo ni mucho menos ella. Ella, recogió sus cosas y le dijo hasta pronto, se despidió sin decir adiós. Él era su amor, su eterna pasión, y más, aún, su primer hombre, del cual ella nunca lo borraría de su cuerpo y menos de su mente. Él le hizo sentir ser una mujer y que le gustara tanto el sexo. El maldito o bendito sexo, que para ella era tan bendito, y todo porque le había dejado lo que a nadie una gran e inmensa fortuna que no gastó con nadie, pues, a nadie tenía. Y ella se fue por el camino del ensueño, toda aquella bendita noche soñó con él. Y ella quedó vencida, en la cama, soñando con su primer hombre, el cual le dejó sentir que el sexo era maravilloso. Los dos sabían quién era quién allí, pero, todavía los dos deciden no evidenciar o dar a reflejar la incógnita ante cada cuál. Los dos siguen una guerra entre sus sexos, él la busca y hacen el amor o el sexo como si nunca se hubieran separado, eso se logró por un largo tiempo cuando ella quiso, y él, también, lo quería y lo deseó hasta más que ella, pero, ella, la dama de la calle, ahora, era, la dama de él, del más terrible francotirador de la zona. Y ella sintió su corazón como un ave que vuela lejos, desde que pasó de todo entre los dos cuando se electrificó el deseo en saber que el destino es como el mismo sexo, con tanto placer y el alma poder sentirse libre. Y ella sólo decía, -“no sé”-, no sabía con la verdad qué quería hacer si entregarse yá al retiro de la prostitución o seguir amando como amó intensamente, y supo que amó como el mismo deseo como si triunfara el amor con él. Ella sabía que la única sensación, era poder servir a la intensidad de un amor en el corazón. Y ella, lo sabía, aunque dijera que... -“no sé”-, no sabía si ir o venir o marcharse o llegar. Ella, sólo, quería ser como el mismo aire que da vuelo a sus alas, como el mismísimo viento, el cual, le hacía revivir lo que nunca, lo que nada más se debía de creer que era el mismo amor tan inmenso como lo imposible de dejar de vivir por él. Ella era como lo simple del deseo, y en el alma, una verdad, que sabe que el amor es lo primordial y lo principal.
Una noche, ella volvió a la calle, la dama de la calle, cuando quiso amar a los hombres vehementemente y pasionalmente. Y ella se entregó a unos cuantos más, hasta que sucedió todo aquello que ella no quiso que sucediera jamás. El francotirador de la zona, hacía su trabajo, tenía un magnate a quien vigilar. Él vigilaba con tal pasión que miraba por la mirilla de su rifle con tanta satisfacción como poder creer en el amor a ciegas. El francotirador moría o muere por su labor, pues, él quería ser como un dios de la muerte sin llegar a combatir con la misma muerte hacia su propio destino. Era viernes, y él vigila y vigila, era un tiempo sin tiempo, cuando en el camino se enfría el deseo en poder vivir nuevamente, de reencarnar nuevamente en él mismo, otra vez, sin sentir la debilidad que él siente sólo por una mujer y ésa mujer era la dama de la calle. El francotirador la ha perdido por mucho tiempo, pero, él juró que jamás la volverá a perder. Y el francotirador sintiendo la fuerza externa quiso triunfar como todo un héroe, y amar a aquella mujer y que la hizo mujer cuando llegó la pubertad. Y que nunca la había podido olvidar. Y el francotirador defraudó a la mirilla de su rifle, cuando se desorientó y perdió la concentración por aquel tipo que se le acercó a su magnate. Y pensando sólo en su mujer en la que él quiere por poco como un loco pierde su objetivo. Y derrumbó el cielo y el infierno. Y su ojo visualizó más el poder de ver y observar. Cuando el francotirador volvió en sí, y de buena lid, quiso ser ese triunfo total por ser fiel a su trabajo y a su labor y de proteger con una eterna protección a su hombre y a su magnate, el cual, debe de vigilar con certeza, con agudeza, y con frialdad sin importar quién se le acerca al magnate. El francotirador perdió la noción por un momento y no lo pudo ni creer, que si ese hombre hubiera intentado hacer algo indebido con su hombre, pues, la muerte es lo que le esperaba a él, él sólo pensaba así.
Y la dama de la calle, desprotegida, a la intemperie del frío, al acecho de los hombres, y hasta de los que la aman sin sentir amor ni pasión. Y en la calle, siempre en la calle, ella cree que la calle, era su único hábitat de supervivencia, pues, el sol no se halla, era la luna que ella mira. Y si el sol sale, sólo era en el amanecer o en la alborada. Y la dama de la calle se disfrazó de valiente, cuando un hombre se la llevó de la mano salvajemente, estaba desesperado por tener el sexo con ella, y ella con valentía le dijo que, -“no, que ella no, y que a esa hora no estaba de servicio”-, pues, el dolor del alma, era ver a un hombre a penas con esa ansiedad por tener sexo tan a prisa sin importar lo que quiere o piensa ella. Era ella, la dama de la calle, era paciente, desnuda de sentimientos, y de carencias y de inopías inexistentes y de penurias adyacentes, pero, ella se sentía rica, con poder y con mucha salvedad para saber que el destino es fuerte y fuente de atracción cuando calló lo que siempre una mujer debe de callar y en su corazón, y era la fuerza de espíritu y de valentía que ella oprime y reprime y no deja de ver y de observar. Y ella se debió de alterar su nobleza, su esencia y su corazón. Y ella se fue por el rumbo del silencio y de la paz. Ella no sabía que encontró eso desde su interior, lo que nunca tenía ella ni halló nunca jamás.
La dama de la calle laborando a destiempo, la dama de la calle, se enfrascó en un sólo sentimiento, cuando llegó el hombre a buscar aquello que era tan apreciado en ella, ¿su sexo o su amor? La dama de la calle logró arribar hacia sus eternos brazos, lo amó sí, como una prostituta o como una dama, pues, ella, era las dos cosas, más aún, no quiso revelar su secreto de dama insípida, postrada ante su hombre, y más aún, arrodillada ante aquel hombre. Cuando la dama de la calle siente el deseo de amar bajo el nombre del todo el amor que ella podía sentir y hacer sentir. El sexo estaba completamente lubricado, estaba dispuesto a amar a cuestas de lo que sea, pues, era el hombre que ella ama, a pesar de la entrega total o parcial que había hecho con otros hombres en la bendita prostitución. Y la dama de la calle quiso entregar aquello que le dió pasión, su alma, pues, no la tenía yá, él, se la había llevado hace mucho tiempo, cuando en el ayer se habían amado. Y más y más, se supo que el silencio es como el hechizo, que no se sabe cuando vá a terminar el efecto de la poción. Es como un brebaje sustancioso, delicado y fuerte a la vez, es como saber que el silencio es la paz del interior, y él se la da a cuenta gotas, poco a poco, de lento a lentitud, de pulso a pulso. Y ella, lo sabe que había encontrado aquello que había perdido para siempre, pero, aunque ella, solía decir, -“no sé”-, pues, no lo sabe hasta que un día logró sentir la respiración entre aquella piel dormida, delicada, tierna y tan suave como el algodón. La dama de la calle cansada, pero, no molesta, se cansó de hacer el amor, pues, no, y él tampoco, se amaron como dos únicos seres, que se aman desde niños, de toda una vida, desde la pubertad. Cuando fue un momento sabio, eterno y con tanta experiencia, y tan experta en el sexo, que sólo se amó realmente e intensamente, como único momento. La dama de la calle quiso separarse de su hombre, pues, el destino o el camino siempre cruzan en mismo punto. Y sin más, que la falla no era una falta, sino un verdadero amor, con pasiones y con el corazón palpitando fuertemente. Y la dama de la calle fue como una fuerza inspiradora, como una musa que sólo le da fuerza, fue como liberar el espíritu, y saber que está volando, pero, en los brazos del francotirador, y fue como poseer del sexo su reinado e inclemencia, y su imperio más edificado. Y ella fue por el mundo o por el camino secreto en decreto, quiso caminar o navegar por los brazos de ése hombre. Y el francotirador se levantó de la cama extasiado por la sed de amar por ella, pues, se amaron como nunca sin importar pasados, heridas, o circunstancias. Era como el secreto en decreto de saber que el destino era eterno como si fuera una clara eternidad, pero, era el sexo. El dulce sabor del sexo, su placer y su sentir, que fue lo que corre aquí. Y como el tiempo en una dulce atracción, en un acto desnudo, con tanta luz, en que sólo se siente aquí un tiempo como corre en el reloj. Cuando por saber que lo dulce se vuelve amargo, cuando se siente una sola soledad que no era muy buena. Era un secreto a viva voz, ella lo sabía, pero, solía decir… -“no sé…”-, y eso la hacía única y real. Sólo el tiempo se hizo cómplice de ella cuando sólo el instinto, dobló como la sinceridad a la verdad. Y ella lo amó sí, y ella lo quería así. Ella se enfrentó al desastre, lo que él no quería, su jefe llegó de repente, abrió la puerta y los vió y los observó. Y el jefe quiso también aquello que se llama sexo con ésa mujer rubia de ojos azules, esbelta y tan delicada postrada en aquella cama y en aquella habitación. El francotirador, le dijo, -“que no”-. Y el francotirador se enfrentó a su corazón, a su jefe, y le dijo que, -“ella no estaba en el juego”-. Y el francotirador cerró la puerta y se vistió. Y él salió de allí con el jefe y la dejó segura, pero, no sintió el amor sino unos celos incontrolables. Y se edificó un desastre. Cuando a pleno sol del día, era él o era el jefe. El jefe le indaga sobre ella, o sea, le pregunta cosas de ella para saber quién era y qué quería y quién era ella. Cuando el francotirador le cuenta, entendió todo, pero, sólo la quería conocer también. El francotirador tenía miedo de perder a la dama de la calle con su jefe que tenía más dinero que él, o por una bala perdida entre ellos. El francotirador no sabía qué hacer, estaba entre la espada y la pared, entre dos polos opuestos, pero, como un osado y terrible abismán. Y se dijo, el francotirador que luchará por ella, y por salir de todo, pero, sobretodo vivo. Y con las ganas de seguir amando como hasta el momento. Si sólo se debió de entretejer lo que nunca debió de hacer o crear: hacer el amor y con una mujer que él mismo había amado en el pasado. El francotirador dejó la ilusión en los brazos de ella, de la dama de la calle, y dejó su vida y más, y más, dejó su corazón abierto hacia lo inexplicable. Y el francotirador quiso ser como todo un héroe, como un titán de película, pero, no logró más que la muerte, halló todo aquello que se llama muerte y la muerte era la daga punzante y letal que no quería sobrepasar ni llegar a ella hasta que el mismo cinismo la hiciera verdadera y real, como a aquella mujer que decidía albergar lo que era más real, el amor en su propio corazón. Se dió un delirio nefasto, cuando quiso ser como el mismo rey. Y el francotirador sucumbió en un sólo trance cuando peleó a aquello que quiso y que era de él, la dama de la calle, cuando triunfó el verdadero amor, pero, en el mismo corazón. Físicamente, no le dió una oportuna oportunidad, en saber discernir entre la verdad y lo falso, cuando logró destruir, todo aquello que quiso que fuera más real, más verdadero y más cierto. Y nunca el amor socavó muy dentro de sí. Y quiso ser como el imperio de sus propios ojos, de la bella dama de la calle. Cuando él sólo enfrío el deseo, de ser como el agua natural, o como el manantial de un rico amanecer. Era como poder ver el cielo de magia y de color, pero, en los brazos de ella, de la mujer esbelta y de ojos azules y rubia como el mismo sol. Y fue como el cielo o como el mismísimo invierno. Y creció como todo un hombre y más, la dejó embarazada, a ella, a la dama de la calle.
El francotirador sólo se enfrentó a la osadía de ser por él mismo una sola virtud, y era su dama de la calle. Cuando él debió de haber cosechado una sola esencia, como la pura verdad. Cuando dejó de haber entregado a ésa mujer lo que fue, lo que será y lo que es, cuando en el corazón se debió de haber enfrentado a la manera directa de pelear por su eterno amor. Y fue la presencia el que hizo que el hombre ser como fue con la dama de la calle. Un hombre total y sincero, que la amó durante un período hasta que pasó todo aquello que no quiso ni recordar, cuando fue el amor, la sinceridad de un nuevo rumbo, cuando se electrizó la piel en un sólo deseo, y fue cuando la protegió de todo, menos de aquel momento. Y en un sólo momento en que sólo se enteró de que sólo el deseo, se le fue de las mano porque el ingrato instante se debe de entretejer lo que fue y lo que será y se intensificó más y más en lo que advirtió la manera de ver y de atraer lo que fue los ojos de la dama de la calle hacia sus propios ojos. Si pasó todo aquello, pues, él no quiso más que la buena suerte para la dama de la calle que ver el cielo en el alma. Y fue y será, como el pasaje de ver el cielo en sus propios ojos y fue como sentir el amor en el corazón con el desastre de vivir bajo el temor y el miedo y por ser un francotirador de esa red, cuando quiso entregar el refugio de haber vivido bajo sus brazos tan eternos como el silbido de haber sido tan feliz. Y se amó con el corazón, con el alma entera y hasta con los propios ojos cuando quiso saber de las estrellas las miró de tal manera y todo por ella, por ésa mujer de la calle, por la dama de la calle. Y el francotirador atrajo en el corazón una sola razón para poder ser fiel a sus sentimiento porque sólo quiso ser como el más corazón tan enamorado, y más y más. Y pudo saber que el destino es así. Cuando él perpetró una osadía clandestina y quiso ser ése que nunca fue cuando penetró al fondo del deseo. Y fue que quiso ser ése que nunca quiso ser, como el destino fue como un zumbido. Y quiso ser como el clandestino desierto, que cada cual, con la cantimplora se abastece de sed sediento de cada uno por sus besos cuando se adhiere la manera de amar más y más. Era como interpretar el cruel abismo que se hace entre el mandatario y él. Y él quiso ser como el aire aquel que le dio la dama de la calle, una fragancia pura e innata, de esa piel que le atormentó. Y ella era una prostituta, sí, pero, no era más de lo que quiso ser como el paisaje de la vida, y tormento de las noches y fue como el desastre de las que lleva hacia su propia piel y fue como el delirio que le dió su propia alma cuando se fue la soledad y llegó el amor. Y fue como el destino suave y delicado, que sufragó con las caricias entre ambos el verdadero y real amor. Y el francotirador fue el amor total de la dama de la calle cuando se fue el odio, sí, por qué, no, cuando se fue por el camino angosto y llegó el amor que