Otxamba Quérrimo

Hoy no hay más mundo que éste

[Pandémica elegía de un corazón afincado en Madrid cuyas penas bitónicas, igualmente afincadas, descuartizaron su optimismo durante la fatídica primavera del año MMXX]


AHORA QUE LAS SENDAS AÑORAN VER UNAS SUELAS QUE ANDEN
Ahora que las sendas añoran ver unas suelas que anden, 
ahora que los trenes escupen aire sobre los suelos del andén,
ahora que no existen más parques 
que las zonas enmohecidas de los parqués, 
yo quisiera, abuelita, cantaros    
las penas de las horas que lloran a cántaros 
sobre los márgenes fortuitos de las cárceles que, encima de la que yo habito,
entremezclan desidia y soledad con la frecuencia del hábito.
Quisiera cantaros las penas que se irradian, en lenguas que no domino,
pero en consonancia con el dialecto del efecto dominó.
Quisiera cantaros las penas que la «infodemia» gestó
a partir de cualquier gesto
capaz de ser objeto 
de burla, de morbo, de bulos, de votos y hasta de un móvil que objetó
que es mejor no formar parte de la asimétrica red que comparte cada secreto
que distraídamente secretó.
Quisiera cantaros las penas que brotan de las equivocaciones más caras,
las mismas que se transparentan detrás de tantas descontentas máscaras;
las penas que se arrojan a las ráfagas del viento, no vaya ser que insuflen lástima 
a la agenda del tiempo, que, de momento, con patrañas las tima 
mientras anima
a nuestros defectos a que cosechen el último aliento de otra malparada ánima.
Quisiera cantaros las penas de un futuro que no sabe adónde irá, 
si a parajes solidarios o a los muros partidarios de la ira;
las penas que desoyen Yahveh, Cristo y Alá 
mientras los niños recortan risa a risa, pluma a pluma, ala a ala, 
la posibilidad de volar por un cielo que quizás nunca llore de nuevo maná.
Quisiera cantaros las penas de una impotencia que mana 
de pasillos donde la vida se liquida
con raciones de tos mellada, cansancio precoz y fiebre líquida;
las penas de una realidad tan poco seria
que, de no ser cierta, ficción sería;
las penas rellenas de una forma nueva de gobierno: el Estado crítico,
que —¡cómo no!— critican y critico 
desde el instante en que los uniformes de nuestras rutinas se colmaron de cortes
provocados por la tijera asesina de un virus fatídicamente cortés.
Quisiera cantaros las penas de quienes han puesto en cuarentena las caricias del arte; 
las penas que cercenaban mis reflexiones hasta que a decepciones
me harté,
las penas de los perros que sacan a pasear a entes de desvaídas carnes;
las penas de autorizaciones, certificados, justificaciones y carnés 
desenfundados con tal de posar los pies, sino en la Luna, por lo menos, en la calle;
las penas de las docenas de abrazos que callé;
las de las familias que, en vez de digerir la escasez de sus níveos platos, 
prefieren acudir al menú de espejismos baratos ofrecido por pantallas y platós;
las del país que, a costa de deudas, esfuerzos y alegatos, el ánimo del «inmediato» templó;
las de la fe que cerró compungida —y sin mucha convicción— cada templo;
las de un sistema sanitario siempre en vilo y siempre forzosamente atento;
o las de un aburrimiento temerario que, hambriento de momentos extraordinarios, contra el entendimiento atentó.
En definitiva, quisiera cantaros las penas de quien, cierto día, se enteró 
de que un microscópico ser puede detener un mundo entero. 
Tantas penas son, abuelita, tantas, propias y ajenas, ¡tantas!, que apenas unas pocas versé. 
¿Por qué se sienten? ¿Por qué se fraguan, abuelita? Dígame, ¿por qué se vierten? Quizás porque el mundo anhela verse
en un mundo donde la pena, que hoy es mucha, no esté. 
Lamentablemente, abuelita, hoy usted ya no me escucha. Hoy no hay más mundo que éste.


Conglomerado de egos (2024)