Me invitaron a hacerme de nuevo
a la sombra de mis días
y mientras soñaba que no fui quien soy,
me volví imparcial y me supe con una pesada carga de cruces e historia,
con alegoría de trascendentales sucesos
e imperdonables pecados,
con una jauría de alocados desajustes,
cuando en realidad soy eternamente humano
encajado en el universo
con jipidos de mi especie
y una bonhomía natural
frente a un baldón de intrigas
propias de una insensata madurez.
Con cada dolor me crecieron espinas y te digo:
No soy libro, soy lectura y me permito acercarme a tus ojos con el signo
que define mi alma
estas letras que ahora dejan de ser mías
para ser tuyas.
¿Me conoces entonces
o no logré comprensión suficiente?
Ya no guardo miedos.
Los miedos dejan de lado la experiencia
y mis caídas las convierto en enseñanzas
por eso me entrego a pedazos
ganándole al sosiego sin reclamos ni aplausos.
No insistas, no necesito pedestales para estar en la memoria
porque dejé el desconcierto debajo de la almohada.
Soy quien soy y padezco de esa monotonía que tiene que aparecer en mis manuscritos cuando el café me llama a sudar a chorros.
Ahora ahoguémonos en un vaso de agua si es preciso,
pero no asesinemos los minutos en pendejadas.
Soy lo que hago, lo que poseo,
lo que inspiro, lo que digo después de un largo camino,
lo que pienso y, sobre todo, lo que escribo y mucho más.
JUSTO ALDÚ
Panameño
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