En la penumbra de la tarde herida,
un café humeante espera el encuentro,
dos tazas vacías, susurros de vida,
donde el eco de risas se ahoga en el viento.
La mesa es un mapa de rutas perdidas,
cada sorbo es un instante que nunca fue,
los aromas se enredan en viejas heridas,
y el azúcar disuelto recuerda tu fe.
Miradas furtivas como sombras danzantes,
palabras que flotan, dulces y amargas,
en cada trago, un suspiro constante,
un “¿qué hubiera sido?” que el tiempo despliega.
Recuerdos de días en los que soñamos,
en cafés lejanos, nuestros anhelos,
las promesas flotan, aún nos llamamos,
mas el silencio grita entre tazas y cielos.
El café se enfría, como el amor olvidado,
como historias que el destino jamás narró,
la vida, un rompecabezas desarmado,
en cada sorbo, un “te extraño” que se tornó.
Oh, cuántas palabras se ahogan en la espuma,
cuántas decisiones, cuántas rimas calladas,
un simple café, como un alma que bruma,
revela los mundos que llevamos a cuestas,
las rutas que nunca, jamás recorrimos,
los cafés vacíos donde aún nos perdimos.