Y el francotirador fue el amor total de la dama de la calle cuando se fue el odio, sí, por qué, no, cuando se fue por el camino angosto y llegó el amor que todavía renace en su terrible y osado corazón cuando logró derribar el destino oscuro y de soledad, cuando llegó ella a su vida, cuando él la busca como la dama de la calle.
Cuando en el alma del francotirador teje el más vil de los secretos: amar a la dama de la calle y en secreto y fue el decreto para él mismo, cuando quiso proteger a la dama de la calle de la vil mirada e insistente de su propio jefe. Y la dama de la calle, le creció el vientre, pues espera de ese amor la ternura del resultado de ese amor, un hijo varón. El fruto de esa pasión que fue como el vino más bueno de la cosecha de la vid, entre ellos dos. Y se destruyó todo aquello que se llama sentimiento, para dar paso rienda suelta al amor entre ellos. Y se fundió un telegrama, como los de antes, y era el del jefe, directo sin ser escrito sino verbal y oral. Y que lo necesita a esa hora, sin importar nada, la dama de la calle está a punto de dar a luz a su único hijo varón. Mientras que el francotirador vá en busca de todo aquello que le dijo el jefe, porque al jefe nunca se le debe de decir no y más en esa situación tan delicada en que se encontraba él. Y la dama de la calle, se electrizó más el miedo por ser madre primeriza. Y la dama de la calle quiso ser ésa que con ternura arrulla en los brazos a un hijo. Y ella parió en aquel cuarto sola. Y ella se sintió el deseo más vil de la tormenta veraniega de un deseo, ser madre a cuestas de la vil pasión. Y ella quiso ser como el viento dando aire y felicidad y más vida a ése niño que llegó en la ausencia de él, de su padre, el francotirador. Más vil y más entrenado de todos los tiempos. El que con agudeza vigila a su hombre, a su jefe o magnate. El que con tanta hazaña atrapa a cualquiera, cuando en el alma solía ser como toda luz. Y fue como todo héroe, pues, vigiló con tanta firmeza, que quiso entregarse a sí mismo con tanto dolor, con tanto sufrimiento, pues, sabía que estaba al borde de la muerte si pierde a su hombre, a su jefe, a su magnate. Y él estaba en total control, como había sido con el amor. El francotirador se enfrascó en un sólo deseo. Y él se llevó la mala suerte de venerar el triunfo en las balas que él mismo debió de haber lanzado al aire, pero, no, no quiso ser más que ése que atormenta en un sólo delirio. Y él se fue como abrir de un lado a otro el mismo deseo. Y el francotirador fue amar a cuestas del propio sexo con la dama de la calle.
Cuando por fin llegó, el francotirador al hogar de la dama de la calle, recibió a su hijo en sus brazos. Y juró que no volverá a andar solo por el mundo. Sí que quiere estar acompañado por siempre en la lucha por sobrevivir y salir de ese encierro y oculto camino, que él con tanta vileza aguda vigila y trata de cualquier modo proteger a su hombre y magnate. Y él quiso ser como todo hombre capaz de sobrellevar la contienda fría hacia una nueva dimensión. Y él se fue por el rumbo, hacia lo inexplicable de toda razón, cuando se alteró su debilidad cuando tuvo a su hijo en sus brazos. Cuando quiso ser como todo héroe, cuando se electrizó su combate de ésta noche y mató a un hombre, y se llenó de sangre las manos y, más aún, su noble corazón quedó a la intemperie de un sólo dolor. Si el francotirador cuando se llenó de crudas sensaciones y, más aún, de todo el tiempo sin matar ni a una mosca, como dicen por ahí. Y él llegó al hogar de la dama de la calle, se enfrascó un tormento de deseos logrando el tiempo incapaz de solventar una muerte. Y él quiso ser como el huérfano desastre de un sólo deseo, cuando quiso entretejer todo como si fuera incapaz de ver los ojos de la dama de la calle. Y porque el francotirador se concentró más en saber que el destino fue así, como dos luceros que se miran desde sus adentros. Y el francotirador quiso ser como ése calor que dejó la llave oxidada dentro de su corazón, cuando quiso ser como el náufrago escondiendo de sí el mismo puerto. El mismo silencio o más aún, el mismo dolor. Y el francotirador aún quedó como órbita lunar que aún atrapa el cuerpo, cuando quiso ser ése que lucha a cuestas de la razón, cuando quiso ser ése que atemoriza, que es terriblemente cruel con aquello que logra matar y hacer daño, cuando en la mañana se fue a luchar como todo hombre, capaz de solventar una delicia, una manera de ver y de creer en el propio amor, cuando se siente en un sólo deseo, de amar aquello que había procreado. Y la dama de de la calle, se enfrío el deseo de vender su cuerpo más, pues, estaba en cuarentena y eso no le permitía trabajar en el sexo.
Además, había logrado lo que nunca dinero, y mucho dinero. Y en su trabajo del sexo amado, pues, a ella le encanta el sexo y más aún en la certeza de amar lo que más ama: a su único sexo. En cuestión de él, el francotirador de la zona, se fue a luchar, a combatir con el fuego de su propio rifle, cuando se fue a luchar por el tiempo, y coraje en ser el dueño capaz de solventar una caricia entre aquel cuerpo que él ama tanto, a la dama de la calle. Y aquella noche la amó intensamente y con tanta locura, que sólo se electrizó aquello que él ama con tanto ahínco. A aquel cuerpo y aquellos ojos azules y la esbelta postura de aquella mujer. Y él quiso ser como el dolor o como el sufrimiento, cuando él recordó todo, como si fuera sido ayer, pero, no quiso más saber de aquel instante, cuando sólo logró lo que nunca, tener de aquel cuerpo un hijo, era lo que más anheló, cuando quiso ser ése hombre capaz y tan creyente que no dudó nunca de su mujer ni de su hijo sino que la amó intensamente y con tanta locura. Y fue aquel hombre que le enseñó a amar desde la pubertad a la dama de la calle. A la señora y mujer de aquel hombre que la quiso y amó con tanta locura.
Y de aquél hombre sólo le quedan las canas por haber laborado con tanta vileza, agudeza, y creció el niño como todo un hombre y, siguió los pasos de su padre, pues, él había dejado de trabajar como francotirador aunque nunca dejó que el silencio, o que la vida lo deje de pasar por alto lo que siempre fue. Era un alto ejecutivo de una gran empresa y dejó todo como si nada hubiera pasado, pues, su vida fue y siempre será la de haber amado a una mujer con tanto amor que la dejó escapar de las garras de aquella penas y por saber que algún día no regresará, pues, su trabajo le dió más que dolor y serio sufrir. Y el niño creció sabiendo todo, pues, en cada paso de la vida, se había dado como un intenso sufrir sin que el niño lo sintiera en la misma razón, pero, su jefe aún persiste con ella, con la dama de la calle, posteriormente al gestar a aquél varón. Y su mirada le hace creer en la loca perdición, en saber que el destino era cruel, mortífero e insistente con ellos. Y que no podía saber en que aquel destino juró una cruel separación. Si entre aquello que era un osadía, que por el día era un hombre capaz de sobrellevar la contienda de su propio corazón y de un hogar y por las noches haber sido un francotirador. Y dejó todo, como si fuera una gota de lluvia en la piel, si él quiso entregar la ilusión, pero, su ilusión fue aquella mujer, a la dama de la calle. Y ella, la dama de la calle, y trabajó con más ahínco todas las noches, pues, era la dama de la calle, la que en cuestión de una salvedad quiso ser como toda señora, entregando lo que quiso ser: su sexo. Y la paz y la ilusión están a su mayor placer, pues, supo que en su interior sabe de ternura como en el corazón amor. Y fue que su amor creció como todo hombre, su niño, y más su amor. Y el francotirador quiso entregarse como antes, pero, él, no la dejó sino que quiso ser más fuerte, y ella, nunca dejó a su sexo humedecer de clamor, sino que cambió toda percepción en la prostitución. Y ella, supo que, el deseo es suave, como su propio ambiente. Era como saber que el delirio es tan dichoso como poder sentir el frío en la misma piel. Era saber que a la dama de la calle, se electrizó como fuerza en la triste voluntad. Era como saber que el instinto es suave y delicado en saber que el silencio es ternura y como lo suave del comienzo. Y esa calle, a la dama de la calle, le gusta y le agrada más y más, pues, allí creció entre viejos y prostitutas, de la calle más codiciada por los hombres, porque se identificó a la calle como la maś perniciosa del cruel destino, por saber que el universo tiene defectos, y que es tan perfecto a la vez como la creación pura del Dios mismo. -“No sé”-, decía ella, como siempre solía decir, pues, su sexo aclama por más sexo, pues, ella quería más de su ternura, de su placer y extasiar hasta su manera de escuchar el silencio. Cuando ella creyó en el sexo, como si fuera todo un Dios mismo, de la vida, y siendo como la diosa del sexo calmó todo aquello que se llama delirio sexual en su propio sexo. Y, más aún, en saber que el silencio, se fue como el llanto, pues, su felicidad era el propio sexo con o sin el hombre de su vida, a ella le encanta disfrutar del sexo a cuestas del placer que le brinda, aunque, fuera con diferentes hombres. Cuando se fue de ella la virtud y la decencia y la dignidad maltrecha, de estar en soledad y en cuestión de saber que el amor quedó en fracasos o en un total éxito. Y que delante del frío quedó un sólo tiempo en un ocaso tan frío como aquella calle de la perdición donde la dama de la calle rompió en desorden su imperfección, su espíritu y su clemencia cuando disfrutó tanto en ser madre y mujer de la calle. La mujer que en fulgores se enredó su cielo en saberse mujer y dama de la calle. La que quiso ser más que el mismo infierno, pues, su destino fue siempre entregarse a la vida y a los hombres a pesar del funesto momento que le dejó la vida por un mal vivir. Y la dama de la calle cambió todo en la percepción del sexo y de la prostitución cuando quedó sola y sin tiempo, sola con su propio sexo y con su peor enemigo el hombre y más el casado, en la cruel, pero, bendita prostitución. Y ella fue como el deseo impetuoso, el que advierte aquí la más débil atracción cuando se entiende lo que ella perpetra, en su vida. Era el interior, el que ella hace crecer como la flor, como las rosas en la vida, que marchitan como la vida misma cuando se sintió el deseo más ambiguo cuando se debe de sentir el amor en cada roce y en cada amanecer, cuando sólo llegó el sol a alumbrar los ojos clandestinos del trasnoche. Cuando sólo se debe de percibir el silencio, en cada anochecer, en busca del hombre y de la tentación fría del sexo cuando se identificó como la más experta y como la diosa del sexo, en cuanto a las noches eternas de soledades y de tempestades sin ser claras. La dama de la calle, se electrizó más el deseo, de vengar todo aquello que se llama sexo, cuando sólo le llama el camino fascinante del sexo y de sus complicaciones. Y ella se identificó más el anhelo de ser vanguardista, de ser experta en la cama donde ella ama más. Y se sintió la pasión como de costumbre, por saber que el clandestino rodaje de la vida era el bendito sexo. Cuando ella sintió el anhelo de ver por el cielo y por los ojos la ternura y de atraer el bendito sexo en cuestión de un sólo segundo.
Cuando pasó el colapso de la tragedia más terrible por la acción del francotirador más laborioso de la temporada de la red, él, el francotirador, mejor más pagado de la red, sólo quiso ser como el más buscado. Y como el más eléctrico, que sólo se llevó la buena admiración de unos y el peor odio de otros. Y él fue el deseo más funesto, cuando sólo quiso ser como el imperio de los propios ojos de la dama de la calle cuando se fue por el tiempo, y por el capricho, de amar a una mujer de la calle. Y la calle, él, la volvió a buscar en esa calle donde se reencontró el amor sin saber, que era él y ella, la del amor y el sexo en la pubertad. El que la enseñó a amar desde la pubertad y el que amó con locura y que conoció el sexo por él, nada más que por él. El hijo yá había crecido y entendido todo de una forma tan real y conceptual de la forma de amar con el sexo clandestino y el de la prostitución. No le molestó en lo absoluto de lo que fue y será su madre, pues, él comenzó a tener relación también con el sexo y lo comprendió de una forma total y mejor que él mismo cuando sólo entendió lo que era su madre. Una mujer valiente que había cambiado toda la percepción de la prostitución cuando se fue de la vida el saber de la vida de otra persona como mutua. Cuando se sintió así, como el pasaje de la vida cotidiana y se fue el querer amar bajo el imperio de otros, pues, no se puede, más él, el hijo de ambos, creció apoyando a la pareja sin mentiras ni dolores ni sufrimiento alguno.
Continuará............................................................................................................