En la vastedad del tiempo, un milenio se despliega,
donde la fe promete que el amor prevalecerá.
Un reinado de paz, donde la justicia se cierne,
y aquellos que en bondad han vivido, la tierra heredarán.
La muerte, ese velo sombrío que todos enfrentamos,
será vencida al fin, como la última batalla ganada.
Una esperanza de eternidad, en sagradas escrituras anclada,
nos guía a través de los días finales, tan intrincados y enlazados.
No es solo la vida lo que buscamos preservar,
sino un amor profundo, que de corazón debemos entregar.
Es ese amor el que nos impulsa, nos motiva a actuar,
a seguir el ejemplo divino, y nuestra esperanza proclamar.
Con cada acto de generosidad, con cada egoísmo superado,
se fortalece el lazo con Jehová, un vínculo sagrado.
Y así, en la búsqueda de la perfección, paso a paso avanzado,
nos acercamos al ideal, por la fe y el amor guiado.
En este poema se refleja la esencia de una creencia,
que más allá de la vida, ofrece una existencia sin cadencia.
Donde cada alma justa, con paciencia y obediencia,
alcanzará la perfección, en un mundo sin penitencia.
Así, en versos se cuenta, de un futuro prometido,
donde el amor y la lealtad nunca serán olvidados.
Un milenio de paz, por el divino amor concedido,
donde cada ser humano, puede ser transformado.