Lejana eras
Se estremecía tu pelo de atardecer en la llanura.
No eras una estrella, eras una constelación transparente que se perdía en los astros de una sonrisa ajena.
Tu risa, tus párpados de soldado eran el temor de los que odiaban la guerra.
Te metiste entre las magnolias y tus brazos se extendieron como un hilo de oro
Y mil rastros dejaron tu nombre en las huellas de aquel viejo poeta que buscaba en tu pelo versos de oro, del color de tu cabello esponjoso y lizo.
Amiga mía, te quiero, llevo en las ranuras de mis venas tu piel de avena y el tacto de tus manos de espuma.
Se desliza entre tu pecho un río lleno de dulces follajes y continentes.
Y bebo de ellos la musa y la melodía de esta guitarra vieja y mil cuerdas en ellas envidian el tacto de mis dedos en tu boca.
Veo que eres un parpado en los ojos de mil soñadores.
Que buscan en tu boca el sabor y la fragancia de un amor taciturno, Sofia.