Cuando se glorificó la manera de amarse contemplando el sexo. El sexo, del mejor y del más atrevido. El que se da por prostitución al que ella le gusta más, pues, cambió todo, como la manera de entregar el alma en el sexo, limpia, delicada, y sin más que el propio sexo. Cuando se dió el precio de amar después del sexo y se siente sólo en el corazón, pues no, ella siempre estaba acompañada, y nunca en soledad y descubrió el sol en cada noche, en cada delirio del frío al calor, y en cada invierno su propio infierno. Ella se electrizó más el sabor del sexo en la propia cama y en la habitación donde arde de sexo. Y él, el francotirador, la busca también, era un juego que a ella le encantó, él era su hombre, su amor y más el padre de su hijo. Y ella sabe que lo persiguen y se cree todo que por ella. Y él, para no herir, él era el mejor francotirador de la zona, pues, estaba muy adiestro y era como si fuera un delirio aparte en saber que lo acompaña la mujer que él quería. El jefe quería, desde que lo vió con aquella mujer esbelta, rubia y de ojos azules, deseó una noche con ella también, pues, era bella y tan hermosa como la rosa. Y era la fuerza de la voluntad que sólo a él le falta, cuando era como el mismo rey de todos los reyes de la tierra. El francotirador sólo quedó en un deseo de ser su único hombre el que ella amó intensamente cuando sólo quedó aquí, un hombre como el de todos porque sólo quedó con la dama de la calle, la ilusión y la emoción, cuando se fue el deseo de amar y llegó la gran pasión. Y todo porque ella sólo llegó a ser como el aire, el mismo que le dió la vida a su niño. Si ella sólo quiso ser como el mismo corazón cuando sólo siente el amor en el corazón y entre las piernas. Si sólo el mismo amor se fue por el camino sintiendo en el mismo corazón, la pasión y la luz en el alma. Porque ella sólo se electrizó el deseo de amar más, cuando ella quiso entregar el amor en el corazón cuando sólo siente el amor en el mismo corazón. Y ella destrozando lo que el alma tiene: una luz, que conlleva una demostración, cuando se dió el deseo de amar más. Ella quiso ser como el mismo aire o como el mismo deseo de entretejer la telaraña entre los dedos de la pasión y del amor entero. Ella quiso ser como toda dama, pues, así fue, como todo el delirio de amar y de ser amada con tanto frío de la temporada. Cuando quiso ser como el frío, tenue y a la deriva de ser como lo fuerte. Y se electrizó lo fuerte de amar con fuerzas extremas y se intensificó la agudeza de amar más porque se amó terriblemente. Ella quiso amar con fuerte y con fuerza y voluntad porque se llevó el silencio por amar con delirio y por amar lo que fue y será. Si ella hace del sexo con tanto dolor por ser una prostituta de la misma calle que le hizo crecer y que la cobijó y con el fuerte destino es así, cuando en la mañana se siente así, como el mismo y aquel universo con defectos y tan perfecto como el Dios mismo. Si el instante llegó por amar y con el sol a cuestas del amanecer cuando se siente aquí el amor, como el imperfecto momento cuando se siente aquí en el amanecer, como el mismo mañana, cuando quizás no vuelva más el día. El nuevo día, como en el ingrato deseo se siente desprecio por su propio y mismo sexo. Si ella fingió el amor, cuando su sexo lo era todo y fue todo para ella desde la pubertad. A la dama de la calle, sin sentir el deseo en volver a su hogar, pues, le gusta su encanto y su deseo de amar con su propio sexo. Cuando ella advierte la manera de ver y de sentir el mismo náufrago, buscando puerto seguro. Y era su propio sexo el puerto seguro. Ella fingió amar con la manera de amar. Y con la fuerza de espíritu que se electrificó aún más. Ella se sintió amar con tanta vileza. Ella sintió allí un deseo de amar con tanto agudo sentido entre ésa dama de la calle y el francotirador más pagado de la historia. Y la gruta del olvido cayó en un sólo desierto si se testificó lo que es el amor fiel y perfecto entre dos seres como ellos mismos. Él se intensificó en el mismo anhelo, cuando se gana lo que se eleva con el mismo héroe, el francotirador más buscado de la temporada y de la zona, por la calle más caliente y más transitada por hombres casados. Cuando sólo el tiempo es como las horas muertas, en que sólo el deseo es pasaje en ir y venir y como el de la calle con hombres casados, como el reloj dando vueltas y como el amor dando latidos en el corazón y como el sol dando luz a todo mundo y como la luna que viene y vá en la noche fría y como el amor en cada corazón y como el imperio de dos ojos. La dama de la calle, era y es como el reflejo en la misma salvación. Y quiso ser ése mundo cuando el amor quedó en el alma, cuando en el momento se electriza si en el instante se debe de dar un sólo momento. Si ella quedó con el alma, un sólo por qué y tan desnudo como las alas del ave, como el aire o como el deseo funesto y triste de despedirse. El francotirador, se va lejos, como su trabajo lo amerita. Y el alma se definió en cuanto a dolor y pasión cuando se intensificó más el calor húmedo entre el deseo vivaz o como el tiempo audaz. Él se llevó acabo una mala situación cuando se llenó de pasión el camino frío y doloroso si se enfrío el deseo de ir y venir por esa calle y se mató el deseo en querer volver a ser como el desierto frío porque se electrizó el combate de la dama de la calle en vender su cuerpo y más a su propia alma si quiso entregarse a su hijo hombre, como la madre abnegada y más fiel y retirarse de todo lo sucedido en esa calle, en la cual, ella, era la dueña y la dama de la calle si se enalteció más el delirio de amar bajo el mismo frío de la misma tormenta y quiso dar de ese deseo el más vil de la tormenta porque quiso ser como la más pura e intacta mujer, amando a su hijo único varón. Y fue la era como si fuera una decadencia y una ausencia de querer amar a pesar de la calle intacta de placeres y de amores clandestinos, como el destino fugaz y atrevido. Si fue el deseo de amar bajo las sombras perdidas del amor perdido cuando se enamoró perdidamente de un hombre, de un francotirador de la zona más atrevida y nefasta de todos los tiempos, en la calle, y era ella, la dama de la calle, la que amó en la pubertad, la quiso más ser como el delirio intacto e inerte del combate, del más electrizante de los caminos y en la calle de la dama de la calle. Y ella se intensificó el nuevo desastre, de los que se tiene que perder en el interior del alma y fue ella la que un día, quiso ser como el ser tan extraño que quiso ser como la misma insinuación, o deleite cuando quiso ser como el imperio vacío de temores inciertos. Y era ella la dama de la calle, la que un día en la pubertad conoció el propio sexo, cuando se intensificó más el deseo, de ver el cielo y del alma si se entregó en cuerpo y alma al deseo propio de amar a consecuencia y en la distancia del verdadero amor. Y ella amó intensamente en el alma y más en la calle, y todo porque era la dama de la calle. La que en pubertad amó y conoció el sexo y más a su propio sexo. El que quiso amar después de la mala situación que pasó con todo aquello que pasó. Y ella amó con locura, y más con toda razón y con toda situación, cuando se intensificó el deseo de ver el cielo y más el coraje por amar y quedó con tanto deseo y con tanta locura en el alma en que sólo socavó muy dentro de ella, la calle, lo que calla una mujer, y era la dama de la calle. El deseo al sexo le llegó cuando ése hombre la amó en la pubertad, pues, ella no conocía el sexo ni a su propio sexo. El francotirador de la zona más pagado y más buscado por la red para atrapar a todo aquél que se enfrenta a su hombre o a su magnate quiso en verdad a la dama de la calle. Ella quiso ser ésa que calló el propio amor propio cuando logró llegar a la calle en una noche la esperaba no el francotirador como siempre sino el jefe de él, el magnate más poderoso de la zona y el francotirador tirado en el suelo dormido por una discusión entre ellos. Cuando él quiso amar lo que más amó, y despertó el francotirador de la zona, pues, su mujer y su hijo yá como todo un hombre corren peligro. Él, el francotirador de la zona, se veía cansado, y extasiado por el humo que el jefe que le había dado a inhalar. Cuando el francotirador secó sus lágrimas de dolor, yá era demasiado tarde para enfrascar una osadía entre su jefe, el gran magnate y él. Y él quiso ser como un titán, cuando fue a la calle de la dama de la calle y no la halla ni encuentra yá sus rastros. Y se electrizó más su cruda piel cuando no percibió a la dama de la calle en la calle. El francotirador quiso ser como todo un héroe, pero, no logró llegar a donde se halla ella y su jefe. Y sin más no pudo ser como un experto, y capaz de solventar dicha situación entre sus manos. Si el francotirador perdió a manos llenas a su dama de la calle. La cual amó con el corazón, pero, su pecado fue más claro que la misma agua cristalina. La que socavó muy dentro, después de amar lo que fue, era y es. La que quiso amar desde la locura, como la misma salvación, o la misma ternura. Cuando él logró ver el corazón, y supo que en el corazón estaba ella, la dama de la calle. Y él prosiguió un desenlace en la cual estaba ella cuando se fue por la locura en ser por ella, una ansiedad de la cual tuvo un sólo estrés, en saciar su eterna locura como estrésica. La comarca se abrió en silencios cuando se fue el jefe con ella, con la dama de la calle. Y ella se edificó tanto el deseo de amar fuertemente, si se electrizó el combate de amar bajo la tutela del amor de ella, de la dama de la calle, cuando se fue el silencio de amar bajo el nombre de la pasión cuando quiso amar demasiado como el pan nuestro de cada día. Y era el sexo que él le había pertenecido con un triste jamás y que ella había conocido bien y mejor que él mismo, si quiso ser como el mismo deseo de amar bajo la caricia de ver el sol en la alborada. Sí, cuando se electrizó más el anhelo y el ahínco de ver el mismo cielo en la alborada. Y él se fue cuando se fue el sol en aquella noche y no llegó nunca en el amanecer. Cuando el silencio se enfrío como el hielo en un cielo cristalizado. Y se sintió el deseo de amar bajo la eterna prostitución ilegal y la más indebida. Y era ella, la dama de la calle, la que sintió el deseo intacto e inerte, cuando la luz nunca quiso ser como la sola soledad y que atrevidamente realiza una osadía en el ambiente nocturno. Si se sintió el más notable de los casos, amar bajo el amor ilegal y era el sexo el que se atreve a ser como el desierto oscuro y con luna en la noche fría en querer amar y atreverse a desafiar el calor como un escalofrío inerte cuando en el silencio se debió de entregarse a la locura de amar con el bendito sexo. Y si se da lo que no se dió en el amor casual y aventurero, y fue ella, la dama de la calle, la que quiso ser más fuerte que la penitencia misma, por tener la fuerza ingrata de amar bajo el mismo imperio loco, que a poco se dió y como el mismo desenlace que pertenece al mirar de ojos que en silencios se dió como el mismo sol en el amanecer, cuando se amó con locura y con la tortura e insistencia de una mirada fría y calculada del jefe del francotirador de la zona más buscado y mejor pagado, pero, aunque, ella, era la dama de la calle, no quiso más que sentir los celos incontrolables que ella le otorgaba por amar su sexo a cuestas de todo y él lo sabía cómo era ella. Si se logró sucumbir en un sólo trance y percance se electrizó la forma de amar de la dama de la calle, la mujer de la calle, como ella siempre solía decir y nombrar, cuando se identificó como aquella mujerzuela barata, salió de ella el más mínimo desprecio. Aunque a la verdad nadie le teme, a menos que sea vivir sin conciencia. Y fulgores de un cielo abierto, cosechó lo que nunca, ser como toda dama de la calle, cuando se enfrío el deseo de amar bajo el nombre favorito para ella y de la prostitución el sexo. El francotirador se dice que todos menos su jefe, su hombre y magnate, el que él protege a cuestas del sol o de la noche fría, cuando se intensificó el amor en cada placer de la vida, si el hielo quiso ser como el frío invierno, pero, no pudo ser más que el mismo infierno con hacer del delirio un sólo calor y poder derretir ese hielo.
Cuando la dama de la calle se fijó, el jefe sentado frente a ella en una muy hermosa habitación, pero, eso no lo quería ella. Ella, pensaba sólo en su francotirador, su hombre y su verdadero amor. Entonces, su sexo estaba dormido, apacible e imperceptible. No deseaba yá el sexo, pues, era sólo un tiempo en que era el contrincante de su hombre y ella no era fiel sino una prostituta de la calle, pues, era la dama de la calle. Y sin más que el destino era sólo como una mala suerte del funesto camino. Y ella, sólo ella, se difundió como una gran prostituta, cuando era la dama de la calle, la que en realidad quiso ser como toda dama y quiso ser como una dama sumisa, pero, no lo logró, ella era así, y el jefe, en la espera de que ella se desnudara, frente a él. Y quiso ser como lo que fue, cuando fue lo que logró detener el tiempo en lo que su hombre el francotirador de la zona más pagado y más buscado del área, supiera dónde se encuentra ella y con su jefe, su hombre y magnate, que se la había llevado y por una noche con ella, con la dama de la calle. Si se fue el deseo de ver el cielo en la misma dirección y se fue el sentido y más el anhelo de sentir lo que era todo el sexo de ella y más, cuando el desierto frío, cuando sólo se fue por el camino incierto y se fue el desafío de amar lo que fue como el sincero amor y como amar lo que fue, cuando fue el deseo de amar contra todo y más con el sexo, tan abierto y tan codicioso y tan ávido y tan ambicioso como poder ser los combates que tiene el sexo y que se enaltece lo que pueda venir y sobrellevar hasta que el sexo se de como hacer el amor con tanta pasión como si fuera cualquier hombre que la compra sexualmente. Si se logra dar el francotirador con su hombre y magnate y por supuesto con su mujer casi semi desnuda, se enfrasca una contienda y un altercado funesto, pues, se debía entre ser fiel a su trabajo o corresponder a cabalidad con su mujer de tiempo y de amor en el corazón. El francotirador no fingió más que el deseo de ser altamente celoso. Cuando se electrizó el camino en saber que la dama de la calle se debió de enaltecer lo que quedó en las manos llenas de compasión cuando se logra enredar lo que llegó a sabiendas de la total destrucción de su propio sexo o de lo hermoso del mismo sexo si se concentró en amar lo que fue, cuando se llenó la cara de espera y de esperanza. Y el francotirador más amoroso de la historia la busca engendrado por sus celos de amar con todo a la dama de la calle, pues, él, tenía yá canas y era yá muy mayor, no era el joven aquel con puntería diestra y más con el sabor dulce de un jovenzuelo o mozuelo que sin saber qué era lo que quería, se llevó a acabo un sabor tan delicioso como el amor de aquella dama de la calle. El francotirador buscó a la dama de la calle y dió con ellos, semi desnuda, casi se quita su blusa para tener todo aquello que se llamaba sexo con aquella mujer que aquel jefe quería. Y tenía como yugo su amor condescendiente y era el jefe el que quería amar a aquella mujer esbelta y de ojos azules, cuando el tiempo y la osadía se llenó por querer amar a aquella mujer que era la mujer del que lo vigila con ahínco, con supremacía y con mucho delirio. Y el francotirador con tanto frío quedó como el mismo invierno el que socavó muy dentro en el mismo corazón, por saber que aquella mujer era el delirio de aquel francotirador desde la pubertad, cuando quiso ser como su eterno hombre, el que decidió amar con vehemencia y con tanta locura y tanta tortura. El que hizo dar de su vida todo cuando creció el amor y la pasión entera, cuando amó intensamente al francotirador y él, a ella, a la dama de la calle. Si el francotirador no la quería ni perder en la vida ni en su corazón, cuando quiso ser como la esencia o la presencia de un todo cuando quiso ser como el frío, cuando quiso entregar lo que más amó su eterno calor, como un ademán tan celoso de detener lo que comenzó allí. Cuando el francotirador la amó con locura y amó con certeza, a la dama de la calle. Él enredó todo como si hubiera un sentido común entre los tres. Un triángulo en saber que el destino es fugaz como el viento. Si en el alma se debate entre un abrir y cerrar de ojos y por saber que el deseo se muere por amar más y más, cuando se siente un mal vivir y un mal deseo de embriagar la vida con gotas de salvación, cuando se debe de amar más y más. Si en el alma se siente sin vengar, sin vindicta eminente, cuando se siente saber que el sueño es amar, cuando en el ingrato momento se sabe que el silencio se siente más y porque se da lo que se ama, a la dama de la calle y como una seriedad que hiere en la soledad, cuando hiere más, cuando se ama más como la misma situación. Y la dama de la calle entre la espada y la pared, pues, se amó más, como la misma intensa e intacta como lo inerte de la luz, porque cuando se da lo que lo que siente ella más. Y todo porque es más no falla como el instinto tan distinto como el mismo frío y se da lo que se da y es un escalofrío intacto e inerte, porque todo como la nada, se hace un tiempo en saber que el destino abre camino, como el silencio que se debe de amar más. Y se entrega el gran desafío en querer más y más, cuando sólo se dió como el mismo sol en cuanto a la gran e inmensa luz, si cuando se dió el mismo amor como el imperio de sus ojos y todo se da como aquella vez, en que la pubertad se dió como principio en poder entregar todo aquello que se llama sexo y amor. Y el alma de la dama de la calle se electrificó como el ave que vuela lejos de allí como un sólo porqué y destino y como un soplo de viento entre esas alas y como una eterna sonrisa que sólo conlleva un mal tan incurable, cuando se siente así la vida, tan triste como el ademán tan frío que ella sólo