En la penumbra de la adversidad, donde la paz se desvanece,
la fe se pone a prueba, en el crisol de la incertidumbre.
La persecución, como sombra fría, se cierne y amenaza,
mas dentro del alma resuena un eco de resistencia y pureza.
No es el miedo quien guía nuestros pasos errantes,
sino la promesa de un mañana donde prevalece la esperanza.
Aunque la tormenta arrecie y el viento sople con furia,
la fe es el faro que nos guía a través de la oscuridad más pura.
Las palabras de antaño, de un maestro de amor y paciencia,
resuenan como campanas en la torre de nuestra conciencia.
\"Seréis perseguidos\", dijo, \"pero permaneced firmes y leales\",
pues en la lealtad hallamos la fuerza para enfrentar tales males.
Cuando las puertas se cierran y las voces se silencian,
cuando la obra se oculta en el manto de la prudencia,
los sabios consejos de ancianos y guías nos llegan,
instrucciones que, como bálsamo, nuestras almas sosiegan.
Obediencia, no como cadena, sino como escudo y armadura,
protege el espíritu, mantiene la mente serena y pura.
El alimento espiritual, en tiempos de sequía y desierto,
se convierte en manantial que fluye, discreto y cubierto.
Y así, en silencio, sin alarde ni ostentación,
seguimos la predicación, con humilde corazón.
Guardamos los secretos, como tesoros sagrados,
de aquellos hermanos, por la fe abrazados.
En la persecución, no perdemos lo que verdaderamente importa,
la fe, la esperanza, el amor, que en cada prueba se reporta.
Como Jesús advirtió, la adversidad es parte de nuestra historia,
pero también lo es la victoria, el triunfo, la eterna gloria.
Así que en la quietud de la noche, cuando el miedo acecha,
recordemos las palabras de aquel que nunca desecha.
Ser leales, ser fuertes, mantener la fe inquebrantable,
pues al final del camino, nos espera un hogar amable.