He sacado, una vez más, del baúl donde guardo mis tesoros, las grabaciones de su voz, la que tantas veces me acompaña en el silencio. Siguen estando sin clasificar, no preciso ordenarlas, cada una de ellas, por sí sola, representa un momento inolvidable.
Huellas indelebles en las orillas de mi conciencia, las que, como el agua que toma la forma de la vasija que la contiene, encuentra en sus sonidos el molde preciso para mis lagunas.
A besos fogosos, despiertas mis ansias
y con caricias curiosas, me vas alejando
amante, lentamente, sin prisas ni pausas
de una realidad que conviertes en sueño.
Las orillas de entonces, nunca tan lejana como un olvido, son hoy, por su voz de ensueño, un trayecto hacia lo que nunca alcanzamos, ni transitamos por completo.
Sus palabras, huellas infinitas, sutiles caricias,
profundas como aquellas miradas que hablan.
Como el beso prolongado que nunca se acaba
surco y rodada en mis veredas hacia la nada.
Es noche cerrada, cercana gotea la madrugada, aliada de mi almohada. Sin pensar en encender la luz, abro las ventanas y salen del baúl los ecos de su voz…, ¡ya es alborada!
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Hice un alto en mis quebrantos, sentí su voz que se acercaba, volví la cara y allí estaba el destino que baraja las cartas. No estaba solo, ella, a su lado, me estaba sonriendo, pero no pude distinguir qué estaba diciendo. Luego, todo se desvaneció, pero, una vez más, el baúl vino en mi auxilio, se abrió y una voz me dijo que no estaba solo.
…
Más tarde, al caer la tarde, donde se confunde realidad con sueños, el viento salvaje que llega de las montañas heladas, me golpeo el pecho y me dejó sin aliento, había cortado el hilo rojo que me tenía suspendido en las ramas del futuro, entonces, caí desmoronado al suelo como marioneta sin dueño.
Aun así, aún esparcido en el asfalto, mis pensamientos se mantenían vivos gracias a las grabaciones que guardo en mi pecho, como mi más predicado tesoro. Las que alcanzo a reproducir cuando el silencio, en su devenir, es el viento salvaje que baja de las montañas heladas.
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Impulso:
En un arrebato de valentía, más bien osadía, conseguí decirle al destino:
Si me dijeras que estás de acuerdo con todo lo que digo, sospecharía que, en el fondo de tu hipotética “sinceridad”, hay algo de hipocresía.
El destino me miró sorprendido y acto seguido, sacó dos cartas al azar de su baraja de los sueños, se las alargó a quien estaba a su lado, quien a su vez, sonriendo, me dijo:
A versos fogosos, despiertas mis ansias
y con caricias curiosas, me vas alejando
amante, lentamente, sin prisas ni pausas
de aquella realidad de montañas heladas
Palabras, huellas y rodadas, caricias,
como aquellas miradas que hablan.
Como besos retrasados que esperan,
en las ramas de futuro, la primavera.
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Adenda:
No vi las cartas, ni creí que fuera necesario, tampoco temí que su voz se desvaneciera, sabía que en mi baúl de los recuerdos nunca faltaban las grabaciones que me salvaban de las montañas heladas. Aun así, esperé, necesitaba saber si todo era un sueño.
El caso es que, de pronto, se abrieron puertas y ventanas, el cuarto se iluminó y allí estaba ella, con su sonrisa de futuro y su voz de ensueño. Le pregunté por el destino y me dijo:
El destino somos nosotros, que, si juntos es cierto, separados es incierto como un olvido.
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Luego de aquella verdad, realidad de un soñar, salí al patio, llené la regadera con agua del pozo y me dispuse a regar las rosas. Ella, tras la ventana, sonriendo, me miraba, a su lado, alguien, que me era familiar, me saludaba sugerente: una mano agitando dos cartas, la otra, posada familiarmente en el hombro de ella.