Tantos instantes que permanecen en silencio,
como ecos que esperan la voz del recuerdo,
un susurro de vinilo, un beso extraviado en los laberintos del olvido.
Una sombra murmura secretos del pasado que ya no habita.
A contraluz, los recuerdos vagan como rostros que se asoman entre penumbras,
sonrisas dulces que se desvanecen en el tiempo,
y así, poco a poco, se olvida el nombre y el semblante,
en mis ojos se guardan historias,
ecos de una vida que se disuelven en el aire.
El marco, fiel testigo de sueños efímeros,
donde la tristeza y la alegría danzan en la imagen,
mientras el polvo, como el tiempo, se asienta,
cada pliegue del papel susurra momentos
que el alma intenta retener.
Oh, vida mía, que vas y regresas,
con aroma a rosas, a fresas,
y el eco de un ayer que se entrelaza
con esa fragancia de lluvia,
que, aunque efímera, reverbera profundo,
y el alma se aferra a su esencia.
En esta habitación desolada,
se encierra la esencia de un ayer que no se ve,
que no volverá, aunque lo anhelemos.
Al contemplar esa fotografía,
los recuerdos florecen,
sutiles, como un suspiro que no se apaga,
pintando el alma con un azul incesante.
A contraluz, en cada sombra,
la vida resuena en el abrazo de la soledad,
pues en una simple fotografía
se oculta el tiempo que nunca se detiene,
rememorado en cada lágrima que brota.