Y el alma de la dama de la calle se electrificó como el ave que vuela lejos de allí como un sólo porqué y destino y como un soplo de viento entre esas alas y como una eterna sonrisa que sólo conlleva un mal tan incurable, cuando se siente así la vida, tan triste como el ademán tan frío que ella sólo sintió después y como un porqué tan desnudo, como ella misma. Y como una indebida situación en que se sintió el deseo en amar más, como la única salvación, en que sólo el destino llegó como ráfaga de un sólo viento, porque se intensificó el amor y la penumbra, que en cada sombra se testificó allí en aquella habitación donde la dama de la calle, se halla con el jefe y con el francotirador de la zona más buscado y mejor pagado, pues, ella, sólo sintió el deseo, de amar lo que fue, cuando se electrificó una llamada entre el jefe y el francotirador de la zona. Y se halló lo que se formó allí, una sola contienda, una camorra y un altercado desafiante y todo por la dama de la calle. Y se alegró el combate de amar lo que fue. Cuando se alteró una palabra de un eterno adiós y como las letras de un sólo desafío, porque sólo se sabe que el desafío es incierto, como la manera de amar más. Si sabes que el delirio es matar el dolor y la soledad, y él, lo sabía, que era como un altercado demasiado desafiante, como lo penitente de un funesto instante, cuando se electrifica lo que se da, cuando es tan eléctrico el porvenir tan incierto. Y si es el funesto momento y de amar lo que da la triste realidad, como el momento tan irreal, y como el imperio de unos ojos que sólo el destino cruzó como amantes del eterno amor. Y se fue de rumbo, hacia un instante en lo que conlleva un agridulce, pero, un último instante, como fue amar después del ocaso, como fue amar destrozando un sólo silencio, y como fue entregar el mismo corazón. Cuando amar con un destino frío fue como la llave de sus ojos, y como fue el nuevo destino callar lo que fue y lo que será. Cuando se calla lo que fue y era ella la dama de la calle, la que encerró el desierto frío en sus propios ojos como lo fue amar desde el sol, cuando se fue la inmensa lluvia, y llegó el sol en sus ojos de luz. Y se perpetró más, el camino frío, cuando se intensificó el anhelo tan clandestino. Cuando se logró el ingrato deseo de amar a consecuencia del dolor, como lo fue amar desde lo más profundo y de un sólo instante. Cuando sólo se electrificó como el combate de amar y desamar, en lo que fue amar desde el punto de vista de uno mismo, cuando se intensificó en lo que desnudó el alma. Si triunfó el deseo de amar a la intemperie y que por amar quedó allí como el posible ocaso se vió en camisas de dolor, como el flavo color y como el imperio de sus ojos en el cielo azul. Y fue la dama de la calle, la que se intensificó más, el deseo de amar más y más, cuando un altercado se vió venir, entre dos amigos que ahora eran enemigos, cuando se electrificó el deseo de amar a la misma mujer, cuyo destino fue recibir el amor en la osadía de amar más y más. Y se convirtió en dama de la calle, tan salvaje como aquella contienda entre dos seres humanos. Cuando se quiso amar más. Y se dió el más terrible de los sucesos. Cuando quiso entregar lo que un día jamás dió y entregó alma, vida y corazón a su hombre al francotirador. Ella quiso ser como toda una dama de la calle, pero, llegó su hombre a proteger aquello que se llama amor, ternura y pasión. Ella quiso ser como el desierto frío, cuando logró ser por él, un ademán tan frío y se enalteció lo que se llama vida y amor. Ella quiso ser como el paraíso, pero, se fundió el deseo de amar en lo que perpetró aquí el deseo de embriagar el cuerpo y más la sangre de todo un cuerpo, cuando se logró lo que nunca más, una osadía que por el día se acomete y se destruyó el silencio y llegó la manera de entregar el corazón. Y se electrizó el vaivén y de amar lo que creció, un verdadero amor, cuando se dió el amor tan fugaz en la pubertad, cuando se dió el amor tan impetuoso y tan celoso porque se amó con fuerza y voluntad. Y era la dama de la calle, cuando se ama más y con intensidad, cuando se amó sin dolor y en contra de todo y nada con una seriedad que se amó con eficaz tormento porque se electrificó más la manera de ver y sentir, cuando se enfrió el deseo de amar con el sexo tan clandestino y el de la prostitución, cuando se lleva la sorpresa de que el francotirador estaba allí, pues, era su eterno amor. Y que si había un todo como preámbulo de que estaba necesitada de amor, pues no, si desde la pubertad amó con locura y le gustaba el rico sexo, aunque amó con vehemencia en la prostitución. Cuando se elevó el deseo de amar hasta que él fingió amar con tanta pasión y era el jefe del francotirador el que quería amar con tanta locura, cuando quiso ser incierto como aquella vez que sintió el verdadero amor entre sus manos. Y era el francotirador de la zona, del área y de la vida más buscado del tiempo, y más aún, de la misma ternura. Cuando se electrizó más el saber de aquel momento porque se intensificó el deseo de amar, pues, alteró más su osada atracción en salvaguardar más el delirio y como se quedó la avidez en un sólo tiempo y porque en la mañana se dió como la vez aquella de amar con salvedad y se dio el ámbito de querer amar lo que quedó allí, y era ella la dama de la calle. La que un día amó con intensidad y con la claridad de todo un sol en el cielo. Si quiso ser más o menos de lo que fue, y nunca supo lo que tenía entre sus manos. Un sólo sexo. Y era el propio sexo el que no destruyó lo que siempre fue, una sola prostituta de aquella calle tan solitaria, pero, llena de hombres casados. Ella quiso ser ese sueño del francotirador de la zona y ser dueña y dama de la calle, pero, no quiso más que ser la prostituta de la calle solitaria, si quiso ser ese sueño del que no quería despertar jamás y sucumbió en un sólo deseo, cuando quiso ser fugaz como el encuentro entre ella y el francotirador. Ella quiso ser ese sueño pertinaz como tan suspicaz que la elevó hacia un verdadero mañana cuando quiso ser por delante de su hombre como el más franco francotirador que sólo deseó lo que más quería a su mujer, a su amor, a la dama de la calle. Y ella sólo enalteció su encuentro entre dos seres que se dedican a la ilegalidad del magnate y de amar lo que quedó allí, un eterno amor, cuando sólo sucumbió en un sólo trance, porque sólo se llevó la suerte y la bondad de un sólo amor, si a la verdad y la beldad de la dama de la calle, hizo un ademán tan frío como querer en altercado y camorra el ignoto porvenir. Y se dió el saber de amar con certezas, cuando se dió el amor como un brindis incierto entre bohemios. Y se intensificó más el deseo, cuando se amó eternamente, intensamente, y más como un desierto abierto, si se dió el más vil de los hombres, el hombre casado.
Y entre el altercado llega la mujer del jefe a culminar todo. La infidelidad en desastre de amar lo que se ganó cuando vió a la dama de la calle semidesnuda y con todo su sexo abierto a lo que sea. Si ella quiso amar a cuestas de la pasión y cuando quiso amar lo que más se dioen el alma porque se dio lo que nunca se debió de haber dado, una camorra, un altercado, entre su jefe, su hombre y su magnate. La mujer quiso entregar lo que se llama el deseo. Cuando se dió lo que más ella anhela: el sexo. Y su propio sexo, que estaba delicado e inerte e inmóvil al deseo en amar lo que conlleva una débil atracción de querer amar a la dama de la calle con o sin su sexo, pues, no la sentía en pos de venderse en una linda prostitución. Cuando ella, la dama de la calle, cambió toda percepción de la prostitución. Y era ella, la que no quería amar como toda dama de la calle. Ella quiso ser el incierto instante en que no más quiso ser enaltecida con su propio sexo si se encrudece el momento de amar a cuestas de toda razón y con tanta locura. Y era ella entre ese altercado entre dos amigos que ahora son enemistados, cuando quiso ser como el delirio de amar lo que consecuentemente se ama sin sentido. Si no se debió de alternar el ocaso con la fría noche, si quiso ser el sueño idóneo y directo como aquella vez, cuando se enalteció el deseo de amar lo incorrecto, y era amar con su propio sexo en aquella prostitución. Y la mujer de él del jefe, sólo socavó muy dentro lo que quiso ser como toda señora, pero, no dejó de ver el desierto tan frío como su deleite del sexo por ése hombre que quería todo aquello con la mujer de la dama de la calle. Ella quiso ser como ésa que llora más en cuanto al propio callar de lo que enredó y lo que más deseó. Y era la mujer de la calle, la que en total envidia debió de creer en el amor a cuestas de la pasión y del propio sexo si ella cuando sintió el amor en copas de un vino delicioso. Y era la sangre en ese altercado que enredó el deseo y la codicia y la avidez de entregar lo que quedó en el alma, si se electrizó lo que más se da en el ambiente crudo y hostil, porque se dio lo que más se siente amar desde las gradas de la prostitución. Y era él, el que quería amar a la dama de la calle, cuando se escuchó un cruel y siniestro instante y quedó todo como un cruel desatino de un sólo destino en un solo camino, y se llenó bastante de sangre el camino y vio que la dama de la calle, tenia todo su poder en la fuerza en querer terminar con ese frío altercado. Ella fue más que la dama de la calle, la que pernoctó en un sólo silencio y fue el delirio de querer amar lo que consecuentemente se dió un frío nefasto como el silencio vil de la voz de un hombre casado en querer amar lo más prohibido, a la dama de la calle, cuando se intensifica lo que quedó allí, una sangrienta escena, donde el amor lo reinó todo en color rojo como la pureza de la sangre misma. Y él quiso ser ése destino que sólo conlleva una cruel y difícil soledad, cuando quiso ser ése que acostumbraba a nombrar a la dama de la calle, como la dama de la calle. Y el francotirador entonces buscó a la dama de la calle, y se reencontró el amor puro inocente de aquella pubertad a medias y sin poder terminar aquello que se llama sexo. Y ambos tanto el francotirador y la dama de la calle se sinceran los dos, uno con el otro, cuando fue la dama de la calle, a consecuencia de aquel sexo con un joven en la pubertad. Y se reencontró el amor puro e inocente y, por supuesto, aquel sexo que quieren y anhelan con tanta vehemencia y pasión. Más él, le pregunta si ella quería ser la dama de la calle de esa noche siniestra y cálida y con más que el sexo de frente y no como lo pinta la percepción de la prostitución. A cambio ella le contestó. -“No sé”-, y no dejó que su hombre se fuera nunca de su lado ni de su sólo tiempo. Y fue la dama de la calle, la del francotirador más buscado de la zona, la que un día amó con intensidad y con tanta locura. Y la dama de la calle una vez más se dijo, -“No sé, mi amor”-.
FIN