Paco Pena

LA LLAMABAN SOLEDAD

En su pecho había un gran hueco,
una cavidad desierta y fría,
una oquedad silenciosa
donde su existencia no latía.


En sus órbitas solo asomaba la amargura,
la hiel que desbordaba sus días,
un cenagal de desengaños
donde ahogar sus fantasías.


El dolor no era un suplicio,
era una miserable prueba de vida,
la única y pírrica evidencia
de que aun seguía viva.

La llamaban Soledad,
obviando que primero fue María,
antes virgen e inocente
y ahora, puta y ofendida.