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Querida Margaret

Después de tanto tiempo atrapado en la penumbra de mi hogar, libando las sombras de un suceso desgarrador, finalmente encontré el valor para salir. Era un día en el que el aire parecía murmurar promesas olvidadas. Mi única necesidad era volver al parque, así que tomé mis auriculares, seleccioné mis melodías más queridas y comencé a caminar. La tarde se desplegaba ante mí con una belleza inquietante; la brisa, como un viejo amigo, acariciaba mi rostro, trayendo consigo un alivio desconcertante que se instalaba en lo más profundo de mi alma.

En el parque, busqué mi rincón favorito, donde el sol y el horizonte danzaban al compás del ocaso, perdiéndose lentamente en las aguas de un lago enigmático. Las canciones cobraron vida y resonaron en mi mente, llenándome de recuerdos que se entrelazaban con el aire nostálgico de aquel lugar. Tras perderme un instante en la magnificencia del atardecer, decidí marcharme, pero antes, una última mirada al lago me llevó a un descubrimiento inquietante.

Ahí estabas tú, a lo lejos, de espaldas, con un deslumbrante vestido blanco salpicado de flores que parecía hecho de luz y sombras. Atraído por tu presencia etérea, intenté acercarme, pero como un espejismo, te alejabas cada vez más. Te vi quitarte los zapatos y, con un acto de confianza temeraria, adentrarte en el lago. Miré a mi alrededor, como un huyendo de mis demonios, asegurándome de que nadie pudiera interrumpir este momento de ensueño.

Cuando volví a mirar, el agua ya te cubría hasta la cintura. Sin pensarlo, corrí hacia la orilla y llamé tu nombre: “Margaret”. Giraste ligeramente tu cabeza, y en ese instante, perdí el aliento en el abismo de tus ojos. Hiciste un gesto, como invitándome a compartir tu travesía. Apresuradamente, despojé mis zapatos, mis auriculares, y dejé atrás la realidad. Me acerqué cada vez más, mientras tu mano se extendía hacia mí, pero por cada paso que daba, parecía que te hundías un poco más en las profundidades.

Y entonces, de pronto, nuestros cuerpos se encontraron completamente sumergidos, atrapados en un abrazo de oscuridad. Sentía cómo me deslizaba en la profundidad mortal, mientras la última luz se desvanecía, recordando el dolor de haberte perdido hace meses. Pero en ese instante de ahogo y sombras, supe que al menos en esta eternidad líquida, por fin estaríamos juntos.